miércoles, 23 de enero de 2008

¡Valor!

¡Valor!
por Marilú de Segura
Frente a la vergonzosa realidad, en la que miles de personas a lo largo de nuestro continente están siendo agredidas física o emocionamente en el mismo seno de su hogar, un modesto reto para vestirse de valor, para pronunciarse en contra, para buscar alternativas eficaces para las víctimas; valor, que puede ser una semilla de transformación.

Gritos, golpes, llantos, agitación… luego un silencio espeso y aterrador. ¿Qué pasará dentro de esa casa? Se preguntan los curiosos vecinos. Al otro día, la señora sale sin hablar con nadie, con blusa de manga larga y anteojos oscuros, aunque el día esté lluvioso. ¡De nuevo se cayó por las escaleras!

Casos como este, o muchos otros. donde el moretón está en la cara de un estudiante de primaria o en el corazón de un hombre ignorado e irrespetado, nos revelan una realidad dolorosa y desafiante. Miles de personas a lo largo de nuestro continente están siendo agredidas física, emocional o sexualmente en el mismo seno de su hogar.

La familia que fue diseñada por el Señor como fuente de bendición y sostén, además de muchos propósitos provechosos para las personas que la componen, de pronto se convierte en un núcleo amenazante y peligroso para la salud, en todas sus acepciones y ángulos. La esperanza de ser aceptado, alimentado, amado incondicionalmente se diluye en una marejada de insultos, agresiones u olvidos e indiferencia.

Pero, ¿porqué no sale de esa situación?, ¿es que nos se da cuenta? Podemos preguntarnos desde afuera. Culpamos a la víctima por no hacer algo que cambie la terrible realidad en que vive. A veces hablamos a la ligera de un fenómeno complejo y profundamente lesivo para quienes lo sufren. Existen razones teológicas originadas en una interpretación equivocada de la Palabra; razones emocionales como una pobre autoestima y la cruel sensación de «merecer» el castigo; razones económicas que limitan la posibilidad de sostenerse a sí mismas y a los hijos, además de la vergüenza y una ingenua esperanza de que un día todo cambiará.

El abuso no es una forma válida ni aceptable para expresar la ira y la frustración; es más bien, una forma equivocada de las relaciones de poder y una expresión de dominación; por lo tanto es nuestro deber, urgente e ineludible, oponernos en las maneras que podamos a su «legitimidad cultural». Los cristianos debemos traducir el sueño de Dios para este mundo adolorido y confundido; su sueño de paz, de inclusión, de compasión y de amor para todos: mujeres y hombres por igual.

Es necesario revestirse de valor. Valor para pronunciarse en contra, valor para buscar alternativas eficaces para las víctimas, valor para llamar a las cosas por su nombre; valor, que puede ser una semilla de transformación.

Cada quien debe evaluar su propia forma de vivir y ajustar sus actuaciones a lo que el Señor espera. Cada uno toma del buen tesoro de su corazón lo que ha guardado y lo expone a los demás a través de su vida. Roguemos al Dios Altisimo que nos ayude a erradicar de nuestra vida los pequeños y grandes actos de violencia que humillan y dañan, a veces, hasta a quienes más amamos.

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