sábado, 25 de agosto de 2007

Matrimonio Cristiano

MUJER:

MATRIMONIO CRISTIANO: EQUILIBRIO Y AMOR

por Keilyn Rodríguez

Uno de los principales problemas que enfrenta la pareja son las relaciones desiguales entre el hombre y la mujer dentro del matrimonio. Esta situación se ha hecho presente en la mayoría de las sociedades a lo largo de la historia de la humanidad. Frente a esta realidad los autores comparten cómo ellos han podido construir un matrimonio y familia en relaciones de equidad. .

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La pareja despareja

Uno de los principales problemas que enfrenta la pareja son las relaciones desiguales entre el hombre y la mujer dentro del matrimonio. Esta situación se ha hecho presente en la mayoría de las sociedades a lo largo de la historia de la humanidad (Querol, 2001). Ahora bien, la desigualdad en las relaciones de género en nuestras sociedades se ha justificado de varias maneras. En esta oportunidad haré referencia a una que se encuentra entre las más importantes: el concepto de que las mujeres son inferiores a los hombres por naturaleza y mandato divino (Querol, 2001). Esto ha dado paso a maneras desiguales en la distribución de roles de género en beneficio de sólo algunos.

Dado que biológicamente las mujeres se encargan de la reproducción de los individuos, el trabajo doméstico y la crianza de los hijos se asumieron como su responsabilidad exclusiva. El trabajo doméstico, aunque requiere dedicación de tiempo completo, no es remunerado, por lo cual es poco valorado; además, se le atribuye carácter «femenino». La maternidad, por los significados emotivos que conlleva y el vínculo madre-bebé, ha generado una serie de creencias infundadas acerca de que las mujeres no podemos ser seres racionales, sino principalmente emocionales.

Por el contrario, en el caso de los hombres, una serie de prohibiciones culturales limitan sus expresiones afectivas y cohíben su desarrollo en este campo. Esta situación refuerza la idea de que sólo el género masculino es racional. Además, en la mayoría de las sociedades tradicionales, el trabajo remunerado fuera de la casa ha sido definido socialmente como una responsabilidad exclusivamente masculina.

Tomando como base esta diferencia de responsabilidades por género, se ha justificado que los hombres gocen de más posibilidades para estudiar, trabajos más prestigiosos y mejores salarios en comparación con las mujeres. En el seno del matrimonio cristiano, estos problemas sociales impiden el desarrollo de hombres y mujeres según los potenciales que Dios les ha dado a cada uno, no permitiendo el crecimiento integral de la familia.

En la actualidad, la situación económica obliga la integración al mercado laboral no sólo del esposo, sino también de la esposa. Esta nueva realidad complica la relación, pues la pareja debe ponerse de acuerdo en muchos aspectos de la organización de la vida cotidiana (Beck y Beck. 2001). Por ejemplo, quién va a cuidar a los hijos y atender los asuntos relacionados con ellos.

Sin embargo, sucede que en la mayoría de los casos la mujer sigue siendo la responsable de las tareas domésticas y la crianza de los hijos, además de tener el mismo horario de trabajo fuera de casa que su esposo. Esta situación afecta no sólo a las sociedades latinoamericanas. (Informes de investigación sobre este punto en particular pueden leerse en Botkin (2000), Greenstein (1996), FNUAP (2000), Vega (2001) y Beck y Beck (2001).

Ahora bien, los cristianos hemos justificado y legitimado estas injusticias sociales mediante lo que llamamos «la sujeción de la mujer», que trasmite la idea de que la única responsable de servir en el hogar es la esposa. En consecuencia, el esposo está liberado de este deber dada su posición de poder en la familia. Esta es una de las formas en que hombres y mujeres cristianos enseñamos a nuestros hijos e hijas los conceptos anti-cristianos de inferioridad de la mujer, y de ejercicio del poder como forma de hacer que me sirvan y no como servicio.

Asimismo, la sociedad ha privado a los hombres de la responsabilidad y el gozo de ser partícipes en la crianza y educación de los hijos pese a que su deber delante de Dios requiere de un trabajo pro-activo en esta área, con valores y metas inspiradas en principios bíblicos. El involucramiento masculino en la vida de los hijos es parte de su contribución a la extensión del reino de los cielos.

La condición de sacerdotes que tanto hombres como mujeres tenemos delante de Dios (1Pe 2.5) nos libera de las relaciones desiguales ante sus ojos, a la vez que nos hace corresponsables de la relación de pareja y la educación de los hijos. También, la igualdad que se establece ante la presencia de Dios nos muestra que el género no nos divide en cristianos de primera y segunda categoría.

La pareja pareja

Es preciso que la iglesia de Dios cuente con ejemplos vivos de familias que han logrado superar las injusticias sociales, que responden eficazmente a las demandas contemporáneas y que educan a sus hijos e hijas sabiamente.

Del mismo modo la paternidad y la maternidad deben redefinirse, pues las demandas actuales requieren de un trabajo compartido bajo la guía del Espíritu Santo y la Palabra de Dios en la crianza y educación de hijos e hijas. Asimismo, las relaciones de pareja deben tejerse sobre pilares bíblicos con un hilo que facilite la comunicación y el acuerdo entre hombres y mujeres que viven bajo el señorío de Cristo.

Ahora bien, el Señor nos proveyó principios fundamentales. Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de aplicarlos a la vida cotidiana, más concretamente a la vida familiar. Personalmente, considero los siguientes de mucha importancia:

  1. Amar a Dios sobre todas las cosas (Mt 12.30).
  2. Amar al prójimo como a uno mismo (Mt 12.31) para que el mundo sepa que somos discípulos de Jesucristo por el amor que nos tenemos unos a otros (Jn. 13.34, 35).
  3. Sujetarnos los unos a los otros (Ef 5.21), pues somos el cuerpo de Cristo.
  4. Servir como forma de vida, siguiendo el ejemplo del servicio de Jesús a toda la humanidad (Ef 2).
  5. Estar en paz con Dios y con todos en tanto sea posible (He 12.14).
  6. Predicar el evangelio y hacer discípulos (Mt 28.19 y 20), comenzando con nuestros hijos.

Si todos y todas practicáramos estos principios bíblicos en nuestros matrimonios todo sería más equilibrado; no hablaríamos de machismo o feminismo, sino de seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, de igual valor y con potenciales a desarrollar para su servicio.

Mi esposo y yo hemos tratado de construir una relación de pareja que supere las diferencias sociales de género y considere a cada uno igual ante los ojos de Dios. Por esta razón, deseamos contarles un poco acerca de la forma como hemos definido hasta el día de hoy nuestra vida juntos.

¿Es posible ser una mujer cristiana, madre, esposa, profesional, estudiante y servir al Señor al mismo tiempo?

¡Muchas personas me han preguntado cómo puedo hacer tantas cosas a la vez! Es una pregunta difícil de responder, pero voy a tratar de compartir con ustedes algo acerca de mi vida a fin de mostrar que es posible hacer varias cosas a la vez y mantener un buen equilibrio.

Mi nombre es Keilyn, soy una mujer cristiana, hija de pastor, casada con un hombre cristiano maravilloso, madre de un niño brillante de siete años y una niña lista y precoz de seis. Antes de casarme había terminado mi carrera en Antropología y en medio de dos embarazos muy seguidos y tormentosos logré acabar una licenciatura en ciencias de la educación. Siempre recuerdo que, aun cuando no podía sentarme, yo imprimía los trabajos finales del último semestre de la Universidad para que mi esposo saliera corriendo a entregarlos a los profesores.

Una gran parte de la posibilidad de hacer muchas cosas a la vez y de no descuidar mi vida familiar se la debo a mi esposo. Cuando éramos novios siempre hablábamos de la importancia de que cada uno se desarrollara como persona según sus intereses. Parte de nuestro compromiso marital fue un pacto de apoyo al proyecto de vida familiar como corresponsables ante Dios del otro, de los hijos y del hogar. Eso llevó horas de negociación.

Como crecí en un hogar cristiano siempre estuve cerca del servicio al Señor en medio de una vida ajetreada y llena de carreras. Pese a todo, mis padres siempre encontraron tiempo para la diversión y la educación cristiana de mi hermana y mía. Ese tiempo fue muy importante y nos permitió crecer en una familia que, aunque con defectos e imperfecciones, siempre buscaba primero agradar a Dios. Tenemos el privilegio de haber presenciado milagros, salvaciones y sanidades que a mí me hicieron depender más y más de Dios.

Mi papá me enseñó que con la ayuda de Dios y bajo su voluntad yo podría hacer todo lo que me propusiera, pues Él me había hecho una persona capaz. Siempre recuerdo que cuando vivíamos en el campo muy lejos de cualquier cable eléctrico o de agua potable, todas las madrugadas papá me decía que lo primero que debía hacer en mi vida era terminar la escuela primaria, luego la secundaria, después ir a la universidad y por último podía casarme y tener hijos. ¡Bueno, yo seguí ese plan sólo que aún sigo estudiando!

Mi mamá pasaba mucho tiempo leyendo y mi papá era el único del lugar que tenía una biblioteca, así que crecí rodeada de libros.

Por otra parte, considero como hija de Dios que es muy importante el servicio en la extensión del reino de los cielos. Me sería imposible sentirme completa sin ese aspecto de la vida cristiana. Por casi quince años he enseñado una o dos veces al año el curso Antropología cultural y misión con la agencia misionera FEDEMEC y la Universidad Evangélica de las Américas. Asimismo, desde hace varios años apoyo en aspectos administrativos y un poco en el área educativa al Ministerio ETNO.

Además, para mí es importante seguir estudiando y que mi esposo también lo haga, aunque algunas veces signifique acostarme a las 3 a.m. y levantarme a las 6 a.m., y pasar menos tiempo en la casa con la familia.

Sin embargo, hay algo que tengo muy claro y que me ha ayudado a establecer prioridades en la vida: la casa no necesita más de lo que necesitan las personas que la habitan. Ahora bien, cuando es necesario mi esposo cocina, limpia la casa y disfruta pasar tiempo con los niños: contarles cuentos, jugar, conversar. Es increíble cómo ha aprendido a estar con ellos, aunque tengo que confesar que al principio me molestó que quisiera involucrarse tanto en la crianza; yo también tuve que cambiar.

En fin, mi esposo siempre quiso que en casa hiciéramos las cosas juntos; nuestro acuerdo prematrimonial fue que él siempre lavaría la loza y yo tendría bebidas preparadas en la refrigeradora.

A fin de poder estudiar fue necesario conseguir trabajo extra para pagar los costos. Por esta razón, estoy enseñando en la Universidad de Costa Rica mientras estudio el Doctorado en Educación en la misma universidad. A veces es tanto el cansancio que desearía dejarlo todo y quedarme sólo con mi trabajo en el Museo de los Niños, pero mi esposo me anima a seguir. Además, sé que Dios tiene algo en lo cual podré servirle fielmente cuando termine este postgrado.

Mi esposo y yo creemos que la educación de nuestros hijos a la luz de la Palabra y en armonía con nuestro Dios es muy importante. Dedicamos mucho tiempo a estar con ellos, al punto de que casi no salimos con otros amigos. Mi hermana siempre me dice que Samuel y Abigail son niños felices y se sorprende de las muchas cosas que están aprendiendo sobre el mundo que Dios nos dio. Algunas mujeres me han preguntado si mis niños no están descuidados a causa de las muchas cosas que hago todos los días, pero creo que no, pues tienen a sus padres con ellos.

Seguramente ustedes están pensando que sólo les estoy contando la parte buena. Pues también les digo que no ha sido fácil. Hay días en que estamos muy preocupados por la situación económica de nuestra familia y tenemos que buscar a Dios y confiar en él. La universidad es muy costosa y el dinero no alcanza para todo. Otros días no nos coinciden los horarios para cuidar a los niños y tenemos que buscar ayuda con las abuelas y la tía. A finales de semestre tenemos que ser pacientes y soportar un poco de suciedad y desorden hasta que yo termine las clases. Muchas veces no hay tiempo para ir de compras y la cocina se vuelve un desierto.

No obstante, les puedo decir que somos muy felices y que el secreto está en que cada uno depende de Dios para amar a su prójimo como a sí mismo. Cuando vemos que no podemos más, oramos juntos y buscamos la ayuda divina, pues sabemos que él nos dará todo lo que necesitamos para salir adelante y glorificar su nombre.

¿Cómo puede un hombre romper con los esquemas sociales y amar a su esposa como a sí mismo?

Provengo de un hogar en el que mi madre tuvo la responsabilidad de ser madre y padre a la vez. Por eso me acostumbré a la idea de que las mujeres pueden hacer cosas que normalmente sólo se les permite a los hombres. Fui hijo único y durante años observé cómo mi madre trabajaba fregando pisos, limpiando y cuidando niños para mantener nuestro hogar. A los diez y siete años obtuve mi título de secundaria y conseguí mi primer trabajo para contribuir económicamente con los gastos y a los veinticinco pude construir nuestra propia casa.

Cuando tenía treinta y dos años conocí a Keilyn, una mujer diferente a todas las demás, pues además de ser cristiana era inteligente, terca, con ideas propias, sin problemas emocionales, una profesional recién graduada de la Universidad, que tenía muy claro que su única razón de existir era «por la misericordia de Dios», tal como me lo dijo una noche.

Cuando Keilyn estaba embarazada de Samuel padeció una enfermedad llamada prurito del embarazo, que se complicó con constantes crisis de asma y rinitis. Fueron tiempos muy difíciles, pues varias veces tenía que dormir en el hospital, lo que dificultaba su desempeño en el trabajo. En ese momento tuve que apoyar en todo lo que podía para que todos saliéramos adelante y Keilyn se recuperara bien.

Nuestros trabajos son desafiantes pues, aunque no lo crean, laboramos en el mismo lugar. Durante un tiempo fui asistente de la dirección, lo cual dificultó la relación pues teníamos que mantenernos distantes en el trabajo y había información que debía mantenerse en privado.

Con respecto a las labores domésticas compartimos las tareas pues ambos regresamos a casa cansados del Museo. Es interesante ver que Samuel le prepara comida a su hermanita Abigail, pues él ha visto que yo así lo hago y eso no nos quita ser muy hombres. Como matrimonio no seguimos la forma tradicional de organizar el trabajo de la casa, pese a que Keilyn cocina mejor, pues no podríamos desarrollarnos los dos en lo que nos gusta y en lo que Dios nos ha mandado a hacer.

En cuanto a las relación de pareja, yo me enamoré de una mujer integral: con capacidades y dones que debe desarrollar porque Dios se los dio. Nadie que tiene una luz la cubre con una «valija», ni la pone debajo de la cama, sino que la pone encima en un lugar alto para que alumbre bien.

Yo creo que tanto Keilyn como yo somos responsables de velar por la salud de los niños y de ir juntos al pediatra, aunque al principio cuando yo le preguntaba algo, él le contestaba a Keilyn. Ahora ya se acostumbró a verme en el consultorio.

También Dios nos ha encargado la educación de los chicos, por eso les enseñamos de su Palabra y yo les leo mucho la Biblia. Asimismo vamos juntos a las reuniones en la escuela y los dos hablamos con los maestros cuando es necesario. Tengo la necesidad de saber de mis hijos pues son una responsabilidad sobre la cual daré cuentas a Dios. Creo que nosotros los hombres cristianos debemos romper con esas ideas seculares de que las mujeres educan a los niños y que a los hombres sólo nos toca castigarlos y dirigir su educación.

Sobre esto tenemos un acuerdo con Keilyn: el que llega primero a casa revisa los cuadernos y pone a los niños a hacer tareas.

El tener un hogar es un proyecto difícil. Sin embargo, el Señor nos ha guiado hasta aquí y ha sido generoso dándonos la fortaleza y el gozo para continuar. Por eso hoy, ocho años después, la misericordia de Dios nos guía y nos guarda.

Apuntes Mujer Líder, edición abril – junio de 2004/ Volumen II – Número 1 Usado con Permiso.

¿QUÉ HAGO CON ESA SOLTERA?

MUJER:

¿QUÉ HAGO CON ESA SOLTERA?

por Ana R. Somoza

¿Por qué será que puede haber dos mujeres con la misma edad, ambas son solteras, una parece muy satisfecha y la otra no…? La autora ofrece algunas pautas que pueden ayudar a las líderes a relacionarse positivamente con las mujeres solteras.

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Huy! ¡No sé cómo tratar a esa soltera! El otro día le dije: ‘A ver si aprovechás el próximo campamento y te enganchás con algún muchacho' y se enojó. Un día encontré un buen candidato para ella, los presenté… pero ¡no pasó nada! ¿No sé que hacer! Me gustaría presentarle algún otro candidato, pero… no encuentro ninguno. Es una lástima, una buena chica, pero parece muy triste. Sin embargo su amiga es distinta: tienen la misma edad, son solteras las dos, una parece muy satisfecha y la otra no… ¿Por qué será?"

Seguramente, si usted es un poco observadora, habrá notado la gran cantidad de mujeres solteras que hay en las iglesias y aun en toda la comunidad. Es posible que le resulte difícil relacionarse con algunas de ellas. Tal vez en alguna ocasión las ha lastimado sin quererlo. No se sienta mal si le sucedió esto, a todos nos resulta difícil comprender a las personas cuando están en situaciones diferentes de las nuestras. Además, cada persona reacciona de distinto modo frente a situaciones similares y puede ser que usted no comprenda por qué no tiene dificultades para relacionarse con una mujer soltera y sí las tiene en su trato con otra. A veces esto se debe a que una se siente feliz y satisfecha como soltera y la otra no.

Otras veces el problema se encuentra en la persona casada, la que sin darse cuenta proyecta sus propias frustraciones o su miedo a la soledad. Es por eso que trataré de darle algunas pautas que la pueden ayudar a relacionarse positivamente con las mujeres solteras.

Hagamos un poco de historia

¡Nació una nena! ¡Qué alegría en el hogar! Es hermosa, tierna, suave. Todos la cuidan y la llenan de cariño. Y la nena empieza a crecer. Juega con las muñecas, se disfraza con la ropa de mamá y juega "a la mamá". Sigue creciendo. Ayuda a la mamá a poner los cubiertos y platos en la mesa, a cocinar, a cuidar a su hermanito. A medida que continúa creciendo aprende muchas otras cosas que tienen que ver con su rol de mujer, de esta forma va internalizando actitudes, habilidades, conductas que hacen a su femineidad. Y la nena sigue creciendo… Ya tiene 20 años, 21, 22,… ¡Y todavía no tiene novio! Todos empiezan a preocuparse: los padres, los tíos, los hermanos mayores, el pastor, la esposa del pastor y, por supuesto, ¡la nena!

Es fácil de comprender esta preocupación. No es bueno que el hombre (o la mujer) estén solos. El matrimonio es el estado natural que Dios mismo instituyó para el hombre y la mujer, es el plan general de Dios para la mayoría de las personas. Pero… ¿qué pasa cuando esto no se realiza en la vida de una persona? ¿Es el único propósito y fin para la vida de una mujer? Es aquí donde surgen los grandes problemas, tensiones y frustraciones para una mujer soltera. Si el matrimonio es la única opción válida para su vida y no se casa, entonces ha fracasado como mujer. Entonces empieza a sentirse culpable, amargada, resentida contra Dios y contra todos los hombres que pasaron al lado suyo y no la eligieron. Tal vez envidia a las mujeres que sí se casaron y no soporta escucharlas hablar de sus hijos. Cae en la autocompasión, en la depresión e interiormente se propone casarse, cueste lo que cueste, lo que muchas veces significa traicionar sus propios valores o principios. ¿Por qué? Porque ha idealizado el matrimonio y cree que en él encontrará la solución mágica a todos sus problemas personales. Supongo que ustedes, como mujeres casadas, sabrán que esto no es así, y que si una mujer no es capaz de sentirse realizada, feliz y satisfecha en Dios como soltera, tampoco sabrá ser feliz como casada, pues estará exigiendo de su esposo cosas que ningún ser humano puede brindar. Pero a ella le resulta muy difícil comprenderlo pues nunca se ha casado.

Ella no es la única responsable de lo que siente o piensa. Ella ha aceptado los valores de la sociedad y sufre por las presiones que esa sociedad le impone. Tanto ésta como la iglesia están formadas por familias, mal o bien constituidas, pero familias al fin. A una persona soltera, muchas veces le resulta difícil hallar un lugar aceptable y digno.

Hablemos de la iglesia. ¿Qué pasa cuando una mujer soltera tiene 30 ó 40 años? ¿Dónde la ubicamos? Con los jóvenes no va, pues son muy chicos para su edad; con las mujeres casadas de su edad tiene muy pocas cosas en común, generalmente sólo hablan de sus niños. ¿Qué opción le queda? ¡Ser maestra de escuela dominical! No es que estoy en contra de esto, pero: ¿Qué pasa si no tiene el don de enseñar? ¿O si le gustan los niños o le resulta difícil tratar con los adolescentes? A algunas mujeres esto les causa bastantes problemas, problemas que seguramente podrían evitarse: la iglesia debe ser una comunidad en la que todos los miembros, solteros o casados, grandes o jóvenes, hombres o mujeres, se sientan aceptados y puedan encontrar su lugar. Debe ser una comunidad en la que cada miembro pueda dar y recibir amor, ejercer sus dones, crecer y ayudar a crecer espiritualmente por la interacción mutua (Ef. 4.11-16).

Otra cosa que también afecta a muchas mujeres solteras son las bromas y comentarios que muchas veces tienen que escuchar: "Pobrecita, ¿no tenés novio?"; "Vos no te casaste porque sos muy pretensiosa"; "Yo no sé que miran los muchachos": "Estoy esperando a quedarme viudo para casarme con vos"; "¿Tenés 25 años y no te casaste? No, vos ya no…" La mayoría de las personas que hacen estas bromas no las hacen con la intención de herir, pero el hecho es que muchas veces hieren. Muchas mujeres solteras al escucharlas se sienten presionadas, autocompadecidas o no aceptadas como personas realizadas.

Esa no es la única historia posible

La historia que acaba de leer no es la única posible: una mujer soltera no tiene por qué ser una persona frustrada, amargada o deprimida. Una mujer soltera puede sentirse totalmente satisfecha y feliz. Si usted conoce a una mujer soltera que no esté experimentando esto, puede ayudarla a comprenderlo y vivirlo. ¿Cómo?

1) Ayúdela a comprender y aceptar que puede realizarse plenamente aunque nunca se case:

Si bien el matrimonio es el plan general de Dios para la mayoría de las personas, el plan especial para algunas puede no serlo. Toda mujer soltera, para ser feliz, debe poder aceptar que el propósito del Señor para ella puede ser que no se case, ya sea por un tiempo determinado o por toda la vida. Su felicidad no puede depender de su estado civil sino de aceptar y disfrutar del plan de Dios para su vida. Para ello es importante que crea sinceramente que Dios la ama y que El está deseando lo mejor para ella, que puede suplir todas sus necesidades y ayudarla a vivir una vida plena (Ro. 8.28-29). La mujer soltera se realiza plenamente cuando cumple su vocación en el mundo como ser humano. Para algunas esto se da dentro del matrimonio. Para otras no, ya sea por decisión propia o por diferentes circunstancias. Pero, sea casada o soltera, cualquier mujer puede llegar a ser una persona completamente realizada y satisfecha si acepta el propósito de Dios para su vida.

2) Ayúdela a encontrar su seguridad y fortaleza en el Señor:

Anímela a desarrollar una relación profunda con el Señor, a estudiar su Palabra, a disfrutar de su presencia en oración, a servirle con integridad, a confiar su vida plenamente a El, desechando cualquier temor por el futuro. Una de las cosas que más preocupa a muchas mujeres solteras es el futuro. ¿Qué será de ellas en el futuro? Ayúdelas a comprender que el Señor nos da gracia para vivir el presente, el futuro está en sus manos. Así como El es suficiente en el presente, lo será en el futuro, es por eso que se puede confiar en El sin titubear, y aun para muchas el futuro puede incluir el matrimonio. Ayúdela a ver que ¡vale la pena confiar en un Dios que es inmutable, amoroso, todopoderoso, eterno! (Sal. 34; 37.3-5; Lmt. 3.22-26; Ha. 3.17-19).

La mujer soltera es una persona como todas. Si bien vive una circunstancia distinta de la suya, pues usted se ha casado y ella no, es una persona que tiene básicamente las mismas necesidades que cualquier mujer. Trátela en forma espontánea y natural, aceptando el hecho de que es soltera como algo bastante normal, si se tiene en cuenta que hay más mujeres que hombres en el mundo y que esto se da en una proporción muy grande en la iglesia evangélica latinoamericana.

Si usted le tiene lástima, está evidenciando que no comprende que se puede ser feliz sin estar casada, y por lo tanto no la va a ayudar, sino que la va a empujar a que ella se autocompadezca, angustie, rebele o frustre por ser soltera.

Anímela y acéptela como es, con sus defectos y virtudes, con sus temores y ansiedades, con sus proyectos y aspiraciones. Comprenda que hay momentos en los que puede sentirse sola y ansía un compañero. Ayúdela a ver que es natural que esto suceda, que este deseo es una evidencia de que es una mujer normal y que le dé gracias a Dios por eso. Pero es importante que este deseo no se convierta en una obsesión alrededor de la cual gire toda su vida. Ayúdela a llevar este deseo al Señor en oración y encontrar en El la paz y satisfacción que necesita (Fil 4.4-8).

Comparta con ella algunos de los problemas o frustraciones que tiene como mujer casada, de este modo la ayudará a no idealizar el matrimonio y creer que éste es el remedio universal para todos los males.

Es muy importante para una mujer soltera ser amiga de distintos tipos de personas: hombres y mujeres, solteros, casados, jóvenes, adultos. Esto enriquecerá su vida al tiempo que brinda y recibe amor, y que escucha opiniones y puntos de vista variados.

Algunas mujeres están tan adentradas en las desventajas o problemas que tienen que resolver por ser solteras, como la soledad, tener que enfrentar solas la vida, no poder tener hijos, etc., que no son capaces de disfrutar de las ventajas que esta situación tiene. Por este motivo aumentan más sus problemas y no son capaces de aceptar y gozar la vida. Por eso es fundamental que la ayude a comprender y sacar el mejor partido de su situación, por ejemplo:

  • Puede servir al Señor con mucha libertad al no tener la preocupación de atender a su esposo o hijos (1 Co. 7).
  • Puede desarrollar sus dones y talentos con mayor facilidad que si está casada.
  • Tiene mayor libertad para disponer de su tiempo, su vida, sus amistades, su dinero, etc.

Y ahora un poco de humor, para que vea que las solteras también lo tenemos: espero que después de leer este artículo no lamente haberse casado, sino disfrute de las ventajas de ser casada. Lo importante para toda persona, hombre o mujer, soltera o casada, es aceptar y disfrutar del plan del Señor para su vida. Sentirse realizada a pesar de los muchos deseos no realizados.

Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 5 © Desarrollo Cristiano Int., Usado con Permiso.