miércoles, 23 de enero de 2008

Sola una vez más: Consejos prácticos para la esposa de un hombre que viaja

Sola una vez más: Consejos prácticos para la esposa de un hombre que viaja
por Abigaíl Mirón
Le dije a Dios que yo tenía ciertos derechos, y uno de ellos era tener a mi esposo conmigo.

Era domingo, mi día de la semana favorito. Estaba sola y me sentía sola, encerrada en la casa.

Nos encontrábamos en nuestro primer período misionero en un país extranjero. Mis amigos disfrutaban felices, mientras hacían diferentes actividades con sus familias. ¿Y mi familia? Mi pequeño hijo estaba durmiendo después de haber pasado un día terrible. Mi esposo, en esa época Director de Cruzadas del equipo evangelistico de Luis Palau, estaba viajando. Entonces ¿qué había de nuevo?

Conforme caminaba alrededor de la casa, rodeada de altos muros con trozos de vidrio cortado en los bordes, y con sólo una puerta de metal por entrada, rompí a llorar acusando al Señor de ser injusto ¿No era suficiente para El que viviera en una tierra extraña. luchando con un lenguaje no familiar, mientras aprendía a ser madre? Yo quería que mi esposo, Jaime, estuviera allí conmigo para compartir los problemas y solucionarlos.

Le dije a Dios que yo tenía ciertos derechos, y uno de ellos era tener a mi esposo conmigo.

Diez años más tarde enfrentaba una nueva ocasión en la que sentir lástima de mí misma. Mi doctor estaba temeroso de que el bulto que estaba creciendo en mi tiroides pudiera ser canceroso y necesitaba una operación inmediata. Jaime me ofreció cancelar su viaje a España, pero le pedí que no postergara esa oportunidad que había esperado por tan largo tiempo.

¿Qué motivó esa diferencia? Como Pedro dijo, he aprendido que Dios, «después que has sufrido por un tiempo, te restaurará y te hará más fuerte, firme y constante« (1 P. 5:10). Finalmente comprendí que Dios da una gracia maravillosa para enfrentar cualquier circunstancia que El pone en nuestro camino. Podía enfrentar la ausencia de mi esposo incluso durante una operación difícil.

Durante los últimos treinta años de nuestros treinta y tres años de matrimonio, mi esposo ha estado a veces lejos del hogar por casi medio año, (sumando el total de días o semanas ausentes). Tenemos el privilegio de ser parte de la Asociación Evangelística Luis Palau. Su puesto de vicepresidente a cargo de los ministerios en América Latina lo lleva alrededor del mundo para planear y ayudar con las cruzadas, enseñar en las conferencias de pastores, y administrar las diferentes oficinas bajo su control. Pero la mayor parte del tiempo, especialmente conforme mi hijo crecía, yo me quedé en casa.

Aunque conversábamos con Jaime sobre los diferentes problemas que podrían surgir en su ausencia, siempre surgía algo inesperado y mi esposo no estaba para tomar la decisión. Pero también sabía que en el lugar donde él se encontrara estaría orando por mi.

Muchas veces enfrenté el desafío de estar sola al disciplinar y tomar decisiones sobre nuestro hijo. Era la encargada de reparar la casa, trabajar en el jardín, mantener el automóvil, y la única en recibir a nuestras muchas visitas. Algunas veces debí tomar decisiones financieras importantes y preparar varias mudanzas, incluso tuve que tomar decisiones en nuestro ministerio, cuando no pude localizar a mi esposo.

En todo este tiempo, lo que he aprendido y sigo aprendiendo es la importancia de cuidar el corazón de Jaime y el mío «porque de él mana la vida» (Pr. 4:23). En obediencia al Señor he necesitado disciplinar varias áreas de mi vida: mi mente, mi tiempo, mis acciones y mi familia, para que sea capaz de reír en el futuro («y se ríe de lo por venir», Pr. 31:25).

Guarde su mente

Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5).

Cuando Jaime recién comenzó a viajar, no podía dormir pensando en historias de mujeres asaltadas cuando estaban solas o en las casas robadas. Descubrí que tenía que tener mucho cuidado con lo que escuchaba o leía. Un cambio extraordinario ocurrió cuando nació nuestro hijo. Empecé a dormir bien. El apóstol Juan estableció este principio: «En el amor no hay temor; mas el perfecto amor echa fuera el temor« (1 )n 418). No sólo estaba yo aprendiendo más del amor de Dios, sino también mi amor por este pequeño desprotegido me hizo más fuerte y desplazó todo temor imaginario.

Cuidar mis pensamientos ha venido a ser un hábito esencial para mí, y debo practicarlo cada vez que mi esposo sale de viaje. En una oportunidad dejé que mi mente volara y me imaginé toda «la diversión» que Jaime estaría gozando en sus viajes mientras «pobrecita yo» estaba en casa limpiando y corriendo detrás de mi hijo de dos años. Cuando él regresó me encontré a mí misma juzgándolo por las cosas que mi mente había imaginado, en vez de darle una bienvenida cariñosa.

Durante una de las ausencias de Jaime, el Señor me mostró el versículo:

«se envanecieron en sus razonamientos» (Ro. 1:21), y cómo el diablo, incluso el mundo, puede influir en mis pensamientos al punto de deshonrar a mi esposo en mi mente. Cuando regresó mi esposo me contó lo que había pasado en esa cruzada en particular:

En esa ciudad latinoamericana nuestro grupo evangelístico notó una sutil oposición. Fue una batalla contra enemigos del evangelismo masivo. Para ahorrar dinero a las iglesias organizadoras, nuestro equipo decidió hospedarse en un hospital a cargo de enfermeras misioneras, todas de edad avanzada. Por esta razón, se esparcieron rumores de que el equipo evangelístico estaba viviendo con las enfermeras. La cruzada terminó con muchas conversiones de fe, pero los comentarios fueron muy desagradables para el equipo, distrajeron su atención y le restaron energía.

Al escuchar lo ocurrido, el Señor me mostró que habría sido mejor cambiar mi «vana imaginación, en una oportunidad para orar por él. «Orando en todo tiempo con toda precaución y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda instancia y súplica por todos los santos» (Ef. 6:18).

En vez de albergar en mí el resentimiento por todos los amigos que Jaime puede hacer, yo debería estar orando para que ellos lleguen a ser amigos del Señor, «y que el mundo conozca que tú me enviaste» (In. 17:23). Si viene a mi mente que mi esposo puede enfrentar tentaciones sexuales, debo orar no sólo para que él permanezca firme, sino para que nada ocurra, para que ni siquiera algo parezca impropio, «absteneos de toda especie de mal» (1 Ts. 5:22).

Cuide sus acciones

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado. (2 Co. 6:3).

Una precaución que practico habitualmente, aunque a veces causa algunos inconvenientes a nuestros huéspedes es: nunca tengo un huésped varón cuando mi esposo está ausente, a no ser que sea un familiar cercano.

Esto era esencial en nuestro testimonio cuando vivíamos en México. Cuando nos mudamos a los Estados Unidos, nuestros amigos pensaron que yo era demasiado precavida. Sin embargo, quedé asombrada cuando una señora, después de haber sido vecinas por diez años, pudo nombrar quiénes habían visitado nuestra casa, cuándo y cuán a menudo habían venido. Nunca noté que nos estaba observando, pero ella sabía cuando Jaime estaba ausente.

Cuide su tiempo

Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo (Ef 5:15,16).

Necesito mantener una actitud de gozo para poder despedir a mi esposo cada vez que viaja a hacer su ministerio. En realidad esto es un mandamiento: «Regocijaos en el Señor siempre« (Flp. 4:4). Hasta el día de hoy libro una batalla estratégica.

He descubierto que planear hacer cosas como tareas domésticas o actividades desagradables sólo aumentan el terror de estar nuevamente sin mi esposo. Sin embargo, como me encanta ser creativa (lo cual requiere tiempo y esfuerzo), me he propuesto realizar proyectos creativos cuando el horario (y la mesa del comedor) puedan estar en desorden. Pensar en coser un nuevo vestido, tapizar una silla, o pintar un cuadro, casi me hacen esperar con ansias las ausencias de Jaime.

Sin embargo, tengo que recordar que no debo ser una ermitaña. Todos tenemos necesidad de estar con otras personas. Nuestro hijo invita a sus amigos, yo invito amigos a comer, o a hospedarse con nosotros durante sus viajes. El compañerismo cristiano me anima, y a mi esposo le ayuda el saber que no siempre estoy sola.

También me gozo al usar los dones espirituales que Dios me ha dado en nuestra iglesia y ministerios locales. El Señor tiene un ministerio para Jaime y otro para mí. A través de los años, Dios me ha dado el privilegio de estar involucrada en estudios Bíblicos, disciplina, consejería y enseñanza. Estos compromisos no sólo llenan mis horas libres, sino que también proveen un maravilloso compañerismo, y me permiten tener la satisfacción de ministrar en las cosas de Dios.

Cuide a su esposo

La mujer sabia edifica su casa, mas la necia con sus manos la derriba (Pr. 14:1).

Cuando era joven aprendí una lección de lo que una amiga me contó sobre un hermano suyo que estaba en el ejército. Me contó del cuidado esmerado que tenìa su familia cuando le escribían; nunca le mencionaban problemas que le causarían preocupaciones y trataría en vano de solucionar Esto era necesario para que sintiera la necesidad de estar en casa y fallara en cumplir las responsabilidades que le habían sido confiadas.

Cuando mi esposo está lejos lo consulto sólo cuando es indispensable su opinión, o si la decisión a ser tomada necesita que él también participe Si se presenta algún inconveniente en casa (lavadora que no funciona, niño desobediente, pequeño accidente con el automóvil), trato de resolverlo sin acudir a mi esposo Esto le ayuda a enfocarse más en el trabajo que Dios tiene para él, y como resultado impedir los planes del enemigo, «pues no ignoramos sus maquinaciones» (2 Co. 2-11) causándole desánimo. Yo quiero que mi esposo sea capaz de continuar con su ministerio sin estorbos caseros.

Cuide a su familia

Su esposo tiene plena confianza en ella (Pr. 31:11).

Una de las tareas más difíciles es ser la autoridad de la casa un día y estar bajo autoridad al día siguiente. Necesité aprender a amar a mi hijo y a mi esposo (Tit. 2:4)

Quería que mi hijo comprendiera que, aunque yo era la que pasaba más tiempo con él, la autoridad de su papá estaba presente tanto en los momentos felices como en las correcciones, diciendo: «a papá no le gustaría...» o «qué feliz estaría papá si...».

El desafío venía cuando llegaba el momento de devolver las riendas a Jaime después de su regreso a casa. Joel había aprendido a responderme solamente a mí durante la ausencia de su padre. Mi desafío era regresarle a él esa autoridad. Por ello, mandaba a Joel a preguntarle a su padre si podía mirar televisión o tomar jugo o comer una galleta, con una frase como «pregúntale a tu papá», sabiendo que a Jaime le encantaría decirle sí a esos pedidos y quizás unirse a él en la diversión.

Muchos niños no saben cómo tratar el cambio de autoridad. Cada vez que Jaime viajaba, yo sabía que tendría que corregir a mi hijo por alguna travesura en las próximas 24 horas. Pronto me di cuenta de que esto era ya una costumbre. Comencé a decirle a mi hijo en cuanto despegaba el avión: »tu padre y yo hemos decidido que hoy...» seguido de algo que a Joel le gustaba, como por ejemplo, parar para tomar un helado, o »papá me dijo que puedes invitar a un amigo esta noche para comer». Esto reforzaba la autoridad de Jaime y su participación aun estando ausente.

Cuando una corrección era necesaria, en vez de usar sólo mi opinión le decía: «Recuerda: papá y yo queremos que no andes en triciclo por la calle». Joel se dio cuenta de que no había lugar para: «Bueno, papá me dejaría hacer esto» o »papá no está acá, entonces yo puedo...» Esto también afirmaba en Joel lo principios de la Escritura: »Mi hijo guarda las enseñanzas de su padre» (Pr. 6:20).

Cuando Jaime estaba en casa, él y Joel necesitaban pasar tiempo juntos. Entonces, en algunas ocasiones, yo buscaba una excusa para no ir con ellos. Además, tomaron la costumbre de salir juntos el sábado en la mañana por varias horas. Nuestro hijo apreciaba mucho estos momentos, que le proporcionaban a Jaime el tiempo ideal para compartir con Joel los preceptos de Dios: »Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes» (Dt. 6:7).

Pero también aprendí que las ausencias de Jaime me daban una oportunidad muy especial para pasar tiempo con Joel. Algunas noches nos vestíamos más formales para ir a comer (no siempre a un restaurante de hamburguesas). Esto nos daba la oportunidad no sólo de gozarnos en un buen local, sino también abría la puerta para nuevas líneas de comunicación y oportunidades de enseñanza, tales como: un caballero le abre la puerta a una dama, separa la silla para que se siente, ofrece una buena conversación mientras come, etcétera.

Salir a comer fuera, además, resolvía un problema de gustos. Dado que mi esposo come fuera cuando está viajando, extraña la comida casera y comer en su propia casa. Por el contrario, después de semanas de cocinar y comer sola, yo quería salir y celebrar su regreso. De esta manera, aprendimos a encontrar un balance.

Cuidando el futuro

Después de 30 años de estar con el equipo evangelístico, el ministerio de mi esposo ha crecido y viaja más que nunca. Aunque en cierto momento no hubiera escogido este tipo de vida, ahora lo valoro y no lo cambiaria por ningún otro. Nuestro hijo de veintiséis años y su maravillosa esposa aman y sirven al Señor. Vemos con gozo que, aunque separados por el ministerio, Jaime y yo hemos podido superar los tiempos de soledad; incluso nos regocijamos al ver el resultado en nuestras vidas. Ahora estoy libre para viajar con Jaime un buen porcentaje del tiempo. Sin embargo, fueron esos primeros años los que me enseñaron cómo cuidar mi corazón y someter mi voluntad para experimentar la gracia infinita de Dios en todas las circunstancias, a fin de que en un futuro yo pueda «reírme de los días venideros» (Pr. 31:25) cuando nuevamente esté sola.

No hay comentarios: