miércoles, 23 de enero de 2008

Porque de los tales es el Reino...

Porque de los tales es el Reino...
por Ruth M. Cowan
Cuando nació Shawna en 1972 era hermosa y pesaba 3 kilogramos. Pero mi gozo por su nacimiento se cambió en ansiedad y trauma tres semanas después cuando ella sufrió su primer ataque. Shawna había nacido con el cerebro dañado por parálisis cerebral, epilepsia...

Cuando nació Shawna en 1972 era hermosa y pesaba 3 kilogramos. Pero mi gozo por su nacimiento se cambió en ansiedad y trauma tres semanas después cuando ella sufrió su primer ataque. Shawna había nacido con el cerebro dañado por parálisis cerebral, epilepsia y retraso mental.

Para controlar sus ataques, Shawna tomaba una medicación que la "dopaba", afectando grandemente su habilidad para pensar. No fue hasta que su medicación fue cambiada en 1984, cuando tenía once años, que vimos cuánto podía entender.

Ella siempre había sido una hermosa niña con destellantes ojos castaños, cabello negro enrulado, mejillas sonrosadas y piel blanquísima. Pero cuando los médicos cambiaron la medicación, la belleza interior de Shawna empezó a ser revelada a través de sus abrazos, de sus golpecitos en nuestras espaldas, de sus húmedos besos y de sus chillidos de júbilo.

Ella empezó a juguetear con su padre y sus primos, a devolver las cosquillas, a reír coherentemente con los programas de televisión, y a hacer conocer fuertemente sus deseos. Y con su cambio, yo empecé a tratarla más "normalmente" –demandando obediencia, ofreciéndole elecciones, y dándole más libertad para hacer lo que ella quería.

Un día, leí que importante es que los padres oren con sus hijos, y pensé en Shawna. "Desearía poder orar con ella", musité, mientras los tentáculos de la autocompasión comenzaban a apretar mi corazón.

"¿Por qué no puedes?". La silenciosa respuesta me sorprendió.

Supongo que podría. Pero, ¿qué bien podría lograr? Ella, probablemente, no podría entender lo que es la oración.

"Deja eso por mi cuenta", Dios me contestó suavemente.

Entonces, aquella noche, oré con mi hija de doce años. Cuando me arrodillé al lado de su cama, Shawna me miró como si yo hubiese perdido mi cordura. La besé; ella rió con algunas dudas y me besó a mí también. Entonces, le expliqué que yo iba a orar con ella.

"Shawna", le dije, no sin ciertas dudas, "vamos a orar… hablar con Jesús. Tu sabes, como cuando oramos en la mesa. Sólo que ahora oraremos a Jesús aquí mismo".

A Shawna le encantaba tomarse de las manos cuando orábamos en la mesa, pero yo no creía que ella entendiera lo que estaba sucediendo. Ella siempre hablaba o se reía durante toda la oración.

Tomé las manos de Shawna y cerré mis ojos para orar. Ella comenzó a reírse, pero poco a poco se calló, a medida que yo hablaba con la persona a quien ella no podía ver.

"Querido Jesús, muchas gracias por Shawna". Yo apenas podía hacer que mis palabras salieran de mi boca, pero Shawna reía de puro gozo, arrojando besos hacia el cielo raso, sacando sus manos de entre las mías para darme uno de sus abrazos que casi rompían el cuello. Espantada, comencé a detenerla. Pero una suave voz me detuvo.

"Deja que se exprese a su manera. Deja que venga hacia mi como ella es". Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando el Espíritu Santo me recordó Marcos 10:13-16. Ahí entendí más completamente la advertencia de Jesús que al menos que vayamos hacia él como niños pequeños, no podremos ver el reino de Dios.

"Oh, Señor", mi voz se quebraba a través de las lágrimas. "Gracias por esta niña. Gracias por todo lo que me has enseñado a través de ella… por su amor y por su risa". Fue ahí cuando mi desinhibida hija me besó sobre la mejilla.

"Hazme como ella, Padre –real …honesta …no pretenciosa, sino pura de corazón, alma y cuerpo. Porque de los tales es el reino de Dios".

Y mientras yo oraba, Shawna miraba hacia el cielo raso y "besaba" a Dios, diciéndole "te amo", de la única manera que ella conocía.

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