miércoles, 23 de enero de 2008

¡El gozo de ser mujer!

¡El gozo de ser mujer!
por Esteban Clark
En la sociedad contemporánea, las mujeres cristianas se enfrentan con dificultades para llegar a tener una personalidad femenina formada por el carácter cristiano. ¿Cómo puede la mujer cristiana moldear su carácter de tal forma que su femineidad no se vea alterada ni por el feminismo ni el machismo?

Pautas en la formación del carácter femenino

En la sociedad contemporánea, las mujeres cristianas se enfrentan con dificultades para llegar a tener una personalidad femenina formada por el carácter cristiano. Las presiones recibidas por la personalidad femenina han aumentado mucho en los últimos años. Esto se debe al hecho de que parte de la ideología del movimiento feminista aboga por un cambio de personalidad en las mujeres (se supone que este cambio les permitirá competir más equitativamente con los hombres). Aunque este aspecto del movimiento feminista no parece haber tenido una aceptación universal, sí ha transformado el tema de la personalidad femenina en algo mucho más debatido.

INSEGURIDAD Y DEPENDENCIA

Principalmente, la feminidad cristiana es un problema especial para tres tipos de mujeres.

El primer tipo es el de la mujer que se caracteriza por ser muy insegura y dependiente. La mujer de esta clase ha sido pasada por alto a menudo por los cristianos, ya que muchos consideran su tendencia hacia la sumisión, la autodegradación y el gran deseo de ayudar a otros como equivalentes a las virtudes de caridad, humildad y el espíritu tierno y sereno. Sin embargo, es fácil reconocer sus dificultades, pues son frecuentes en ella la infelicidad y la insatisfacción personal, amén de tener una gran tendencia a buscar ayuda.

A pesar de esto, serán pocos los cristianos que vean estas dificultades como problemas de su carácter cristiano, aunque su ansiedad, falta de fe, de gozo, de confianza y de fortaleza personal no sean rasgos del carácter cristiano que le atribuyen.

MASCULINIZACIÓN

El segundo tipo de mujer para quien la feminidad cristiana es un problema especial es la masculinizada. Estas son aquellas que han aprendido a comportarse o a reaccionar de una manera que es más apropiada para un hombre que para una mujer. A pesar de que el desarrollo psicológico básico haya sido normal en su identificación como mujeres, han aprendido o han sido formadas de una manera masculina. Tienden a ser más inexpresivas y más distantes en su forma personal. A menudo son duras y agresivas, por lo que parecen mandonas. Aunque no usen ropas masculinas, su estilo al vestirse es, generalmente, masculino. Con frecuencia tienen intereses parecidos a los de los hombres.

La mujer masculinizada tiene su paralelo en el hombre feminizado. De la misma manera, no debe confundirse masculinización con masculinidad, mujer hombruna y lesbianismo. Masculinidad es una cualidad natural del hombre, siendo la contrapartida de feminidad; el ser hombruna es un problema en el ajuste sicosocial femenino que corresponde a la afeminación masculina; y el lesbianismo se refiere a la preferencia sexual de la mujer por otras mujeres, el cual puede o no estar asociado con ser una mujer hombruna.

A veces las mujeres se masculinizan por falta de confianza en que serán aceptadas como mujeres. En otros casos, sin embargo (y quizás sea esta la razón de mayor importancia), se masculinizan porque sienten que los roles y actividades masculinos son tenidos por más importantes y proveen de mayor seguridad que los roles y actividades femeninos. Frecuentemente, este sentimiento puede desarrollarse a una edad temprana.

Finalmente, hay veces en que las mujeres parecen masculinizarse debido a la experiencia de competir con hombres en situaciones que son predominantemente masculinas en su contexto o en sus normas de vida. La mujer de carrera, la profesional, tiene reputación —no siempre justificada— de estar masculinizada. Así como los niños parecen feminizarse en situaciones sociales en las que predomina el contacto con mujeres, las niñas parecen masculinizarse en situaciones dominadas por hombres.

¿PERSONALIDAD FEMINISTA?

El tercer tipo de mujer para quien la feminidad cristiana es un problema especial es aquella cuya conciencia de sí misma es un resultado del movimiento feminista. De acuerdo con la teoría feminista, esta mujer es una nueva persona, formada socialmente para llegar a ser igual a los hombres. Sin embargo, los observadores, se inclinan, con frecuencia, a ver esta «nueva persona» con mayor ira personal que las demás mujeres (frustración, resentimiento, amargura) y a menudo con una agresividad que no es apropiada ni para un hombre ni para una mujer cristiano. Frecuentemente, las mujeres de este tipo muestran ser extremadamente competitivas, y en especial con los hombres, lo que indica que su nueva confianza está más basada en los logros personales (en tareas y situaciones conocidas tradicionalmente como masculinas) que en su paz interior y su confianza en ser mujeres.

Cualquiera que sea la dinámica interna de la «nueva personalidad feminista», muchas feministas tienen un carácter que no está formado de acuerdo con el carácter cristiano básico, tanto para hombres como para mujeres, y menos de acuerdo con los aspectos específicos del carácter cristiano femenino.

Decir que hay defectos producidos por el feminismo en muchas mujeres no implica que las feministas estén equivocadas en todo lo que dicen. Por ejemplo, su énfasis en la seguridad femenina tiene algo por lo cual merece ser reconocido: Muchas veces se les ha enseñado a las mujeres a ser inseguras, y esto conduce a que sean ineficaces en algunas de sus responsabilidades. Sin embargo, el tipo de seguridad que fomentan las feministas está basado, con frecuencia, en la premisa de que las mujeres están tratando de salirse con la suya (una característica que nunca ha estado ausente en las mujeres o en los hombres). Muchas veces, esta seguridad está caracterizada por el enojo y la hostilidad.

Sin embargo, las mujeres cristianas podrían muy bien aprender a ser más agresivas, no indiscriminadamente, pero en forma selectiva; especialmente en las situaciones en las que se lo exigen sus responsabilidades. Otro énfasis feminista que es potencialmente valioso es el de que las mujeres controlen sus emociones y sean más firmes en la forma en que responden a cada situación. Esta puede ser una expresión del autocontrol cristiano, aunque no debe hacerse de manera tal que elimine la calidez tradicionalmente asociada con las mujeres cristianas.

EL VALOR DE SER MUJERES

Existe una serie de áreas cruciales que se deben tratar con éxito si se va a formar eficazmente a las mujeres para que tengan un adecuado carácter cristiano femenino. Una de las áreas más importantes en nuestra sociedad es que las mujeres aprendan lo valioso de ser mujer. Las mujeres se sienten —frecuentemente— relegadas o de menor valor porque en nuestra sociedad se valoran más los logros masculinos, y es común que se coloque a las mujeres en situaciones en las que no hay diferencias en la manera en que se evalúa a los hombres y a las mujeres.

La situación actual es inusual, a pesar del punto de vista opuesto que presentan a menudo las feministas. Las mujeres de otras épocas no han dado las señales de insatisfacción por el hecho de ser mujeres que manifiestan las mujeres modernas. La mayoría de las sociedades —no todas— han valorado y respetado a las mujeres, y han expresado esta valoración y respeto de maneras bien específicas. Las mujeres han sido conscientes de que estaban subordinadas, pero la subordinación —tanto para los hombres como para las mujeres— no se experimentaba como algo degradante, que es la manera en que se la suele considerar en la sociedad contemporánea.

Se ha producido un cambio cultural masivo en esta área, un cambio que ha producido una insatisfacción interior en las mujeres. El entrenar a las mujeres para que compitan exitosamente con los hombres probablemente no hará más que aumentar esta insatisfacción, en lugar de eliminarla. Sólo se eliminará esta insatisfacción cuando las mujeres puedan experimentar que se las aprecia y valora justamente por ser mujeres, y distintas de los hombres.

LOS HOMBRES DE LOS CUALES SE PUEDE DEPENDER

Una segunda área que es crucial para la formación del carácter de las mujeres es la de la confianza. El «espíritu tierno y apacible» que debe caracterizar a las mujeres según las Escrituras, es fruto de la confianza. En contraste, las mujeres de hoy se caracterizan por la ansiedad. Están ansiosas por sus propias vidas y por la manera en que las afectarán a ellas y a los demás las circunstancias de la vida. Esta ansiedad puede manifestarse por medio de mucha agresividad y un gran deseo de imponerse —de «hacerse valer»—, pero el problema central es la falta de confianza.

La mujer cristiana que quiere aceptar su rol como tal debe reemplazar su ansiedad y falta de confianza por la experiencia de saber que puede depender de otras personas —especialmente de hombres— al saber que tomarán la responsabilidad de aquellas áreas en las que ella deposita su confianza en ellos.

EL RESPETO POR EL ROL DE LA MUJER

Nuevamente, al igual que en la formación del carácter cristiano masculino, la restauración de una estructura social cristiana es un factor clave en la formación del carácter cristiano femenino. Las mujeres necesitan tener un rol claro, que puedan aceptar y cumplir, y necesitan realizar tareas concretas que las hagan sentirse más seguras de sí mismas y en cuyo desempeño sepan que se las valora por lo que están haciendo. Los demás deben respetar este rol femenino y, en especial, los hombres. Este respeto debe ser algo que las mujeres puedan percibir. Las mujeres deberían ser respetadas precisamente por ser mujeres.

En una situación como la de la sociedad contemporánea, en la cual se tiende a no valorar el rol de las mujeres, es muy importante que se restauren las expresiones de respeto conectadas con los roles sociales. Desde la perspectiva cristiana, la verdadera dignidad de las mujeres no se basa en su habilidad de hacer lo mismo que los hombres. Por el contrario, su dignidad está basada en el valor que tienen precisamente por ser mujeres, distintas de los hombres e igualmente valiosas en esa diferencia, haciendo contribuciones que el hombre no puede hacer.

LAS MUJERES CON LAS MUJERES

Las relaciones entre mujeres son asimismo importantes en el área de la formación del carácter cristiano femenino. Puede ser que estas relaciones no sean tan importantes como lo son para los hombres, pero no dejan de ser importantes. La relación madre-hija es un buen instrumento para desarrollar eficazmente la feminidad cristiana en las niñas. Si una niña ve que su madre está contenta con el hecho de ser mujer y que quiere ser femenina, tendrá mucha más confianza interior en el rol femenino.

También es importante que se restablezcan fuertes relaciones con otras mujeres. Las mujeres de la comunidad deberían apoyarse entre sí y trabajar juntas con un espíritu de hermandad. Al igual que las niñas, las nuevas cristianas desarrollan mucha más confianza en la feminidad cristiana si pertenecen a un grupo de mujeres cristianas, y si otras mujeres cristianas que están más maduras en su fe les ayudan en su formación, tal como la exhortación de Tito 2.

FORTALEZA EMOCIONAL

Finalmente, se debe liberar a las mujeres de una excesiva dependencia emocional en los hombres. La dependencia emocional es distinta de la dependencia social. Las mujeres dependen socialmente de los hombres cuando hay tal interdependencia de funciones que necesitan de ellos para poder vivir o trabajar de una manera determinada. La interdependencia social es muy importante en el correcto desempeño de los roles de los hombres y las mujeres.

El que alguien sea emocionalmente dependiente indica que esa persona necesita, en su interior, cierto tipo de apoyo emocional para poder funcionar emocionalmente bien. Es inevitable —y bueno a la vez —que haya cierta dependencia emocional. Pero cuando las relaciones son correctas deben producir una fuerza emocional que haga disminuir la dependencia en este campo.

A menudo la mujer siente una gran dependencia emocional del hombre —ya sea el novio, el marido o un hijo—. Las madres tienden a aferrarse a sus hijos varones, las novias se centran emocionalmente en sus novios, y las esposas buscan, constantemente, tener más compañerismo y atención de parte de sus maridos y se resienten cuando no lo consiguen. Las mujeres modernas no hacen esas cosas porque lo hayan decidido conscientemente. La sociedad occidental moderna está estructurada de tal manera que la única esperanza de tener apoyo personal que tiene la mujer es el tener un hombre que la convierta en el centro de su vida.

Para que esta situación cambie es necesario que lo hagan primero los patrones sociales así como el punto de vista sostenido por el medio, el cual hace que una mujer sienta que la única relación realmente satisfactoria es la relación con un hombre que sea su hombre. Es cierto que los maridos son importantes en la vida de sus mujeres, pero una dependencia emocional excesiva hace que a menudo sea difícil para ellos, aun para los maridos muy delicados, satisfacer a sus mujeres. Las mujeres solteras no deberían estar constantemente concentradas en encontrar un hombre. Si las mujeres han de lograr una feminidad cristiana confiada y responsable, necesitan tener una cierta libertad emocional respecto de los varones.

¡No lo cambió a él… me cambió a mí!

¡No lo cambió a él… me cambió a mí!
por Apuntes Mujer Líder
¿Qué se hace cuando las diferencias en valores convierte en abismal la distancia entre una esposa creyente y su esposo que no lo es? La autora comparte de su propia experiencia cómo Dios le ayudó a acortar la distancia entre ella y su esposo. Ella misma, sin perctarse, había construido una barrera entre ellos.

El domingo es mi día más solitario.
«Mami, ¿por qué tenemos que ir a la iglesia y dejar a papi?» gimió mi hijo de cuatro años.
«Sí, ¿por qué tenemos que ir si él no va?» agregó el de seis años.
Levanté mis hombros. Tratando de no hacer ruido nos deslizamos en el auto.
«Pero, ¿por qué papá no viene con nosotros, mami?»

Una vez más el Señor me ayudó a explicar que papá no iba con nosotros porque aún no creía en Jesús. Pero que si éramos fieles y creíamos que Dios haría un trabajo especial en su corazón, entonces un día él nos acompañaría a la iglesia. Los niños parecieron satisfechos y comenzaron a cantar coros de la Escuela Dominical mientras viajábamos.

Al caminar hacia la clase de los niños, observé a varios matrimonios caminando juntos. En la iglesia, me senté sola. Una señora muy dulce se me acercó cuando terminó el culto y me invitó a las reuniones del grupo de solos. Sonreí y agradecí sin explicarle. Después de la bendición, me escapé silenciosamente, dolida por mi marido.

Siete años atrás, justo después del nacimiento de nuestro primer hijo, recibí al Señor Jesucristo como Salvador. Aun cuando mi esposo y yo éramos muy unidos, Esteban no me acompañó en la fe. No pude entender por qué el hombre que yo tanto amaba no podía compartir conmigo algo tan hermoso.

Sabía que me amaba profundamente. Pero comenzó a ridiculizar mis nuevos valores, llamándome su pequeña mojigata. Esto me dolía. Yo no podía soportar más sus constantes blasfemias y bromas sucias. Antes nos reíamos juntos. Ahora, cuando él notaba mi silencio, se callaba confuso. Comencé a sentirme sola aunque estuviera rodeada de amigos y parientes. No entendía por qué. Muchas de mis amigas cristianas decían que envidiaban nuestro matrimonio. Entonces, ¿por qué sentía este vacío?

Un día de primavera Dios me hizo comprender. Era el día franco de Esteban y yo busqué hablar con él de diferentes asuntos. Sin embargo el día se fue sin una oportunidad para que estuviéramos juntos. Mientras la soledad me oprimía, le pedí ayuda a Dios. Sabía que Esteban era callado, pero últimamente se había vuelto demasiado callado. Entonces recordé su frase quejosa: «Desde que te volviste una seguidora de Jesús, no podemos hablar casi de ningún tema. La conversación siempre termina con Dios. Así que no te voy a contar ninguna cosa importante.»

Lentamente me di cuenta de que mis nuevos valores y deseos habían producido un abismo entre nosotros. Él no se podía unir a mi nueva aventura. De hecho, si yo mencionaba mi vida espiritual, él se enojaba. A veces hasta temí un ataque físico, una conducta inusual en mi tranquilo Esteban.

Me sentía sola porque no podíamos orar juntos por los problemas diarios, tampoco dar gracias por las comidas. No podíamos compartir el amor de Dios lo que él estaba haciendo en nuestras vidas. No podíamos leer juntos su Palabra. Una enorme parte de mí estaba cerrada para nuestro matrimonio. Y Esteban, amenazado por mi alejamiento, se negaba a comunicar. ¡No era sorprendente que me sintiera sola!

Mientras oraba sobre nuestra situación, Dios me mostró que debía parar de demandar a mi esposo la llenura espiritual y en su lugar debía volverme a él. Si realmente quería acercarme a Esteban, necesitaba parar con mi autoconmiseración y centralizarme en las muchas áreas que compartíamos juntos.

Satanás quiere que permanezcamos en lo negativo y que sucumbamos en la desesperación. Dios quiere que nos regocijemos en lo positivo. Sólo entonces él puede hacer algo hermoso de nuestro matrimonio.

Cuando comencé a buscar lo positivo, vi a Esteban de otra manera. ¡Me gustaba! Y comencé a compartir mis pensamientos con él otra vez. Lo consultaba aun por minuciosidades. Quería que él supiera que yo confiaba en su amistad y buen tino. En el pasado yo lo había criticado porque él no creía como yo. Esteban respondió prontamente al cambio de mi actitud. Una vez más fue fácil tomarnos las manos y ser cariñosos el uno con el otro. Aún nos permitió dar gracias a Dios por las comidas cada día.

Dejé de hacer todo un tema de las actividades de la iglesia, y comencé a asistir a reuniones sociales con Esteban. Traté de no ostentar con mi estudio bíblico y oración. Expliqué a mis amigos de la iglesia que no podía atender llamadas cuando Esteban estuviera en casa. Dejé mis actividades extras de la iglesia, para que Esteban se diera cuenta que él era primero. No quería que compitiera con Dios y la iglesia. El cambio vino lentamente, y nuestro hogar no fue más una zona de guerra.

Pasaron dos años desde que le pedí a Dios que me ayudara. Aún estoy tratando de corresponder a las necesidades de Esteban y a sus pequeños esfuerzos de comunicarse. Con la ayuda del Espíritu Santo trato de mostrarle que lo amo por encima de cualquier otra cosa. Y he establecido algunas metas para mi conducta.

Físicamente trato de estar lo mejor posible. El estilo del corte de cabello y la ropa que uso están a la moda. He escuchado algunas historias sobre mujeres que se sentían demasiado espirituales para cualquier comunicación física con sus esposos no creyentes. Me propuse no ser nunca como una de ellas.

Mentalmente me aseguro que la relación con mi esposo sea más que la relación entre una madre y sus hijos. Trato de que nuestra relación no sea aburrida manteniéndome bien informada. Estoy lista para discutir temas mundiales así como aportar nuevas ideas al trabajo de Esteban.

Espiritualmente, trato de incluirlo tanto como él quiera. No quiero que él sienta que está fuera del tema. Cuando hago planes para la iglesia o para alguna actividad social cristiana, siempre lo invito sin presionarlo. Lo más importante es que reconozco el liderazgo de Dios a través de Esteban en nuestra casa. Sus decisiones son respetadas. Y cuando el tema es algo que la Biblia prohibe, una suave explicación que respeta su liderazgo es suficiente. Nunca debe tener la impresión de que pienso que soy mejor que él. Dios compara a la autovaloración como trapo de inmundicia.

Repito 1 Pedro 3.1-2: «Así también ustedes, esposas, sométanse a sus esposos, para que los que no creen en el mensaje puedan ser convencidos, sin necesidad de palabras, por el comportamiento de ustedes, al ver ellos su conducta pura y respetuosa».

Desde mi perspectiva humana, parecería que Esteban resiste a la obra del Espíritu Santo. Él habla negativamente de Dios y su Hijo. Rechaza mi nueva vida. Pero Dios me está mostrando otro punto de vista. Recuerdo lo molesto que estuvo después de ver la película «Jesús». Recuerdo su agitado dormir durante muchas noches, su confusión al considerar las nuevas ideas.

Una guerra espiritual se desarrolla sobre el alma de mi esposo. Por fe sé cuál va a ser su final. Mi parte en la batalla es orar fielmente y amarlo profundamente. Luego le permito al Espíritu Santo que me muestre la forma de mostrarle respeto y comprensión tierna y ser su más querida amiga.

Dios nos ha mantenido unidos, mientras que muchos matrimonios a nuestro alrededor se han quebrado. Dios nos está ayudando ahora mismo, porque él me ha cambiado de ser una esposa depresiva y quejosa en una alegre y sumisa. Pedí a Dios que cambiara a mi esposo pero él me cambió a mí.

Cuando comencé a obedecer a Dios, mi esposo notó el cambio. Me hizo notar que estaba feliz conmigo. Asiste a la iglesia con nosotros y trata de complacerme. Nuestra relación se estrechó más que nunca, aunque él no es creyente aún.

Mi prioridad hoy, no es salvar a Esteban (eso es trabajo de Dios), sino seguir al Señor y conocerlo. Porque Dios me dio la habilidad de dejar a mi esposo en sus manos. Esteban nos está siguiendo.

El otro día, mientras lavaba los platos, de repente me di cuenta se que nuestro matrimonio era casi tan perfecto como cualquier otro que yo conociera. Es tan bueno como muchos matrimonios cristianos que yo alguna vez envidié. Y lo que es más, Dios está usando este duro tiempo de fe no compartida, para hacer su obra en mi vida. Él está suavizando mis aristas y tornándome en una gema para su gloria.

Y espero el día en que mi esposo y yo seamos totalmente uno en Cristo.

¡Sólo Nosotras Nos Esforzamos!

¡Sólo Nosotras Nos Esforzamos!
por Dorotea de Pentecost
Si uno escucha hablar a un grupo de esposas de pastores, tendría la impresión que somos las personas más perseguidas, maltratadas y sobrecargadas de trabajo. Pero consultar a otras mujeres, con maridos dedicados a otras tareas, me enseñó varias cosas.

EL MARIDO QUE NO APARECE

Una de las quejas más comunes de la esposa del ministro es que su mando no tiene suficiente tiempo para estar con ella y los hijos. Sin embargo, otras mujeres también tienen este problema. Un cirujano, en cuyo hogar mi esposo dirige una clase bíblica, no se había acostado antes de las tres de la mañana por tres días seguidos, ¡y debía estar en el hospital a las siete todas las mañanas! Su esposa me dijo que antes de eso había estado en casa para cenar sólo tres veces en dos semanas. La esposa de un siquiatra me contó que no sólo debía enfrentar el constante riesgo de que las pacientes se enamoraran de su esposo y procuraran cautivarlo, sino que ella y su familia tenían que "medir" cada palabra antes de hablar con él; en más de una oportunidad él interpretaba los pensamientos y acciones de la familia a la luz de su profesión. Un contador público pasó por nuestra casa a la hora de cenar para darle un mensaje a mi esposo. Hablando sobre su trabajo, nos dijo que no había cenado en su casa por dos semanas y sólo regresaba temprano esa noche porque su esposa estaba enferma y tenían niños de corta edad. Dijo que se iba de casa a la mañana, antes de que se levantaran los hijos y que no había regresado antes de que se acostaran durante varias semanas. Su hijo mayor llegó a preguntar "¿Ha llegado carta de papá recientemente, mamá?" Pensó que su padre estaba de viaje.

Un diácono de nuestra iglesia abrió un negocio. Su esposa trabaja varias horas con él, además de atender a sus hijos y el hogar. Varios hombres de nuestra iglesia son viajantes, vendedores en otras ciudades y muchos de ellos sólo pueden estar en casa los fines de semana; algunos de ellos se ausentan por dos semanas cada vez. También están los pilotos aéreos que tienen horarios muy difíciles; a veces se ausentan por varios días, luego están en casa dos o tres; cuando ya están acostumbrándose a cierta rutina, sus horarios cambian y todo el orden de la vida de hogar tiene que acomodarse de nuevo. Las esposas de granjeros trabajan de sol a sol junto a sus maridos y, a menudo, no tienen todas las ayudas para hacer el trabajo hogareño que tenemos nosotras que vivimos en la ciudad.

LA SOBRECARGA DE TRABAJO

Pero, quizás, el caso más difícil que observé fue el de un hombre que acababa de comprarse una estación de servicio, una gasolinera. Por cuestión de fondos, sólo podía tener un empleado. Eso significaba que debía trabajar desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Su hijos menores estaban en la escuela secundaria y su esposa se había empleado para ayudar con los gastos hasta que el negocio fuera rentable. ¿Se imaginan qué vida familiar?

Podríamos dar muchas más ilustraciones. Generalmente, tanto el comerciante o el profesional trabajan tantas horas como algunos pastores, y a veces más. Están aquellos casos en donde el hombre trabaja en una fábrica u oficina, ocho horas diarias y cinco días a la semana, pero la mayoría necesita hacer horas extras o tener otro empleo complementario para adaptarse a la situación económica del país. Muy pocos pueden mantener una familia sin esfuerzo.

Todos estos hombres de que hablamos suelen ser también muy generosos en el tiempo que dedican gratis al trabajo en la iglesia. Tienen el mismo problema de darle más tiempo a sus esposas e hijos como el ministro. Sin embargo, fue interesante notar que ninguna de las personas entrevistadas sobre este tema se quejó o estaba resentida. Las largas horas de trabajo eran aceptadas como una parte necesaria de la vida.

Debemos admitir que existen dos diferencias. La esposa laica sólo trabaja para su marido, mientras que la esposa del pastor procura complacer a cientos de personas. Hay también otra diferencia: la esposa del comerciante o profesional gana dinero directamente de su trabajo, o recibe el beneficio económico de ayudar a su esposo. En cambio, pocas parejas pastorales gozan de remuneración económica acorde con la educación requerida para su trabajo y la cantidad de tiempo que dedican.

EL SALARIO Y OTRAS YERBAS

Este último tema, los ingresos limitados, es la segunda queja en importancia que la esposa del pastor tiene. A menudo, sus quejas surgen del hecho de que no pueden vivir al nivel de las personas que los rodean. Muchas no tienen problema en mencionar la remuneración aparentemente pequeña que reciben de la iglesia, pero están las que omiten decir que no pagan alquiler por su casa y muchas veces con luz, gas, etc. incluidos. Tampoco consideran los ahorros que les representan los regalos que reciben de la congregación, las niñeras que no les cobran, las contribuciones para sus vacaciones. Estos beneficios varían, por supuesto, de acuerdo a la situación económica de la iglesia y la sensibilidad de los miembros.

Hemos recibido tantas atenciones de la iglesia que a menudo pienso que debería escribir un libro de memorias con todas ellas. Mi oficina es un rincón de nuestro lavadero y pieza de planchado. Al escribir esto, levanté la vista para ver las cosas que estaban en el cuarto y que había recibido de los miembros de la iglesia. La máquina de escribir me la dio una familia; el archivo, que está a mi derecha, nos lo dio un ejecutivo; el plato de adorno que cuelga encima de la cómoda lo recibí de una maestra; un florero pintado a mano por la esposa de un anciano, el infaltable almanaque sobre la pared del comercio de otra señora, el cuadro de manos orando que me dio otra familia, así como los arbustos en flor y los árboles que veo por la ventana también los recibí de la congregación. ¡Con cuánta facilidad nos olvidamos de los maravillosos amigos que Dios nos ha dado en la iglesia!

La tercera queja, la más seria, se refiere a la salud quebrantada de la esposa del ministro. Ya sé que hay muchas que se sienten cansadas, trabajadas y enfermas, esto es comprensible pero no se justifica. Nadie quiere oír acerca de la salud de otro, aunque es costumbre preguntar: "¿Cómo estás?" Invariablemente se responde: "Muy bien", y nada más. Si una amiga más cercana insiste más, dile lo menos posible acerca de tu estado de salud. Nadie quiere oir "un recital de órgano" aunque sea necesario para mostrarlo verídico. Recuerda 2 Corintios 4.16. Aun cuando el "hombre exterior" esté produciendo mucho dolor, el "interior" debe ser renovado por el Señor, cada día, en la medida que se lo permitamos. Debemos oír detalles de la salud de muchos miembros de la congregación, querámoslo o no. Ellos necesitan que alguien los escuche y conforte y quizá seas la única persona a quien pueden recurrir. Admito que nosotras necesitamos la misma ayuda, pero debemos buscar nuestros consoladores fuera de la iglesia. Nuestros esposos deben ayudamos en esto, pero, como tienen que escuchar tantos problemas durante el día, no me parece justo ni acertado descargar nuestras quejas sobre ellos ni bien lleguen a casa.

Un compañero del seminario de mi esposo se casó con una hermosa chica; prometía ser una buena esposa de pastor. Sin embargo, ella se quejaba constantemente de su salud de tal modo que tenían que cambiar de iglesia a menudo. Su reputación de quejosa era tan notoria que ninguna iglesia deseaba tenerlo a él como pastor. Su ministerio terminó arruinado porque ella no pensaba en otra cosa que en sí misma, y sólo hablaba de cómo sufría físicamente.

Consideremos las circunstancias que nos son contrarias, pero tengamos cuidado de no estar echando la culpa a Dios por los problemas, quejándonos y rebelándonos contra lo que, en definitiva. El ha permitido, en su voluntad, para nuestro bien. Es bueno leer y releer la historia de Números 21 para recordar cómo le disgustan a Dios las quejas. La terrible plaga de serpientes venenosas que El envió a los hijos de Israel nos debe enseñar una solemne lección.

EXIGENCIAS

Muchas esposas de pastores se ofenden porque tienen que ser aprobadas por la congregación antes de que sus esposos sean llamados a pastorearla. Sienten que tal proceder sólo se cumple en su caso. Sin embargo, muchas empresas no emplean a un hombre hasta que algunos de los directores hayan tenido oportunidad de conocer a su esposa para ver si es apta para el tipo de vida que él tendrá que llevar. Esperan que ella encuadre dentro de las normas que la compañía ha establecido para las esposas de sus empleados. Si no reúne las condiciones, el hombre no obtiene el empleo. O si ya está empleado, a menudo no se le toma en cuenta para promociones o ascensos por causa de su esposa. Y no estoy analizando si está bien o no, sólo señalo que no somos las únicas en pasar por ese tipo de filtro.

Las esposas de los ejecutivos, al igual que las de los pastores, tienen el mismo problema en cuanto a ofrecer hospitalidad, aunque quizá en diferentes maneras. Nosotras estamos limitadas por falta de fondos y de ayuda en la casa, pero podemos dar hospitalidad a cristianos o por lo menos a los que se comportan como tales cuando están en la casa pastoral. Muchos cristianos comprometidos están obligados a invitar a sus hogares a otros hombres de negocios y clientes que están de visita o con los cuales deben desarrollar relaciones sociales ligadas al trabajo; de pronto encuentran que sus hogares son invadidos por humo de cigarrillo, a veces palabras obscenas y personas de carácter indecente, lo que a veces deben tolerar por varias horas. Uno de nuestros ancianos se niega a servir bebidas alcohólicas de modo que, por respeto a su testimonio cristiano, las visitas ya no llevan sus botellas con ellos, pero llegan bien "rociados" de antemano. Nosotras, las esposas de pastores, ofrecemos hospitalidad al pueblo de Dios y recibiremos nuestra recompensa de El, mientras que otros cristianos tienen que hacerlo sencillamente por su trabajo. A veces tienen la dicha de poder hablarles de Cristo, pero muchas veces no.

ASI ES LA VIDA

Claro que hay particularidades y diferencias, pero, sustancialmente, así es la vida. Y más aun, así será siempre la vida ministerial, por lo que debemos entenderlo como tal y desarrollar madurez en función de eso. No somos las únicas en tener poco a nuestro marido en casa y no sólo nosotras soportamos situaciones ajustadas; a muchas familias de la iglesia les ocurre algo parecido. Si nos quejamos "de nuestra particular situación", muchas mujeres compararán que lo que a ellas les toca no es diferente y ya no tendremos autoridad para con ellas.

El damos cuenta de esto tiene también su aporte al ministerio. En primer lugar, nos ayuda a no sentimos tan "únicas" en la desdicha. Si bien hay un dicho popular que dice: "Mal de muchos, consuelo de tontos", en este caso tiene mucho que ver el saber que lo que me sucede no es "particularmente a mí" sino que es algo más general. Como decía antes, así es la vida para muchas mujeres, igual que para nosotras. Tratar de cambiarlo totalmente es buscar lo imposible. Sí debemos, como parejas pastorales, administrar bien el tiempo, la agenda, el dinero y lo demás, evitando excesos innecesarios o tareas que bien puede (y debe) hacer otro.

Por otra parte, las situaciones como éstas nos capacitan para entender mejor las penurias y situaciones de esas otras mujeres que quisiéramos ver crecer más rápido en la iglesia o a las que quisiéramos "ver en todas las reuniones de mujeres" que nos toca programar. Esta realidad nos anima a buscar soluciones de aplicación más general, ya que deben ser aprovechadas por más mujeres de lo que al principio creíamos.


¡Valor!

¡Valor!
por Marilú de Segura
Frente a la vergonzosa realidad, en la que miles de personas a lo largo de nuestro continente están siendo agredidas física o emocionamente en el mismo seno de su hogar, un modesto reto para vestirse de valor, para pronunciarse en contra, para buscar alternativas eficaces para las víctimas; valor, que puede ser una semilla de transformación.

Gritos, golpes, llantos, agitación… luego un silencio espeso y aterrador. ¿Qué pasará dentro de esa casa? Se preguntan los curiosos vecinos. Al otro día, la señora sale sin hablar con nadie, con blusa de manga larga y anteojos oscuros, aunque el día esté lluvioso. ¡De nuevo se cayó por las escaleras!

Casos como este, o muchos otros. donde el moretón está en la cara de un estudiante de primaria o en el corazón de un hombre ignorado e irrespetado, nos revelan una realidad dolorosa y desafiante. Miles de personas a lo largo de nuestro continente están siendo agredidas física, emocional o sexualmente en el mismo seno de su hogar.

La familia que fue diseñada por el Señor como fuente de bendición y sostén, además de muchos propósitos provechosos para las personas que la componen, de pronto se convierte en un núcleo amenazante y peligroso para la salud, en todas sus acepciones y ángulos. La esperanza de ser aceptado, alimentado, amado incondicionalmente se diluye en una marejada de insultos, agresiones u olvidos e indiferencia.

Pero, ¿porqué no sale de esa situación?, ¿es que nos se da cuenta? Podemos preguntarnos desde afuera. Culpamos a la víctima por no hacer algo que cambie la terrible realidad en que vive. A veces hablamos a la ligera de un fenómeno complejo y profundamente lesivo para quienes lo sufren. Existen razones teológicas originadas en una interpretación equivocada de la Palabra; razones emocionales como una pobre autoestima y la cruel sensación de «merecer» el castigo; razones económicas que limitan la posibilidad de sostenerse a sí mismas y a los hijos, además de la vergüenza y una ingenua esperanza de que un día todo cambiará.

El abuso no es una forma válida ni aceptable para expresar la ira y la frustración; es más bien, una forma equivocada de las relaciones de poder y una expresión de dominación; por lo tanto es nuestro deber, urgente e ineludible, oponernos en las maneras que podamos a su «legitimidad cultural». Los cristianos debemos traducir el sueño de Dios para este mundo adolorido y confundido; su sueño de paz, de inclusión, de compasión y de amor para todos: mujeres y hombres por igual.

Es necesario revestirse de valor. Valor para pronunciarse en contra, valor para buscar alternativas eficaces para las víctimas, valor para llamar a las cosas por su nombre; valor, que puede ser una semilla de transformación.

Cada quien debe evaluar su propia forma de vivir y ajustar sus actuaciones a lo que el Señor espera. Cada uno toma del buen tesoro de su corazón lo que ha guardado y lo expone a los demás a través de su vida. Roguemos al Dios Altisimo que nos ayude a erradicar de nuestra vida los pequeños y grandes actos de violencia que humillan y dañan, a veces, hasta a quienes más amamos.

¿Ansiosa?

¿Ansiosa?
por Marta Garbanzo e Ismaela de Vargas
Hay más mujeres ansiosas que hombres. La ansiedad o angustia no es pecado, pero sí puede producir reacciones pecaminosas. Para alivio nuestro, hay principios bíblicos para enfrentar la ansiedad sin pecar. Algunos de estos principios se obtienen de la experiencia de nuestro Señor Jesucristo en el Getsemaní.

Conozca cómo vivir en situaciones de angustia

Hay más mujeres ansiosas que hombres. Esta diferencia puede deberse a que las mujeres están más expuestas a la ansiedad por las condiciones adversas a las cuales se ven sometidas: sobrecarga de trabajo en el hogar y fuera de él, discriminación por su género, violencia intrafamiliar, soledad en la crianza de los hijos y vulnerabilidad social, psicológica y biológica durante los años fértiles, la cual se acentúa, por ejemplo, en la perimenopausia.

La ayuda contra la ansiedad existe y es muy acertada. Para encaminarla al encuentro de esa ayuda nos gustaría animarla y ofrecerle dos opiniones relacionadas con esta situación: a) Hay principios bíblicos para enfrentar la ansiedad que pueden serle de gran ayuda. b) La ansiedad o angustia no es pecado, pero sí puede producir reacciones pecaminosas. Si no se trata correctamente, puede anular el desarrollo de una persona, lo cual sí es muy serio.

«Eran las 3:00 a.m. de un sábado y de repente, sentí náuseas. ¡Ni siquiera logré llegar al inodoro! vomité en el pasillo entre mi habitación y el cuarto de baño. Como a las 4:00 a.m. me sorprendieron unos retortijones en el intestino y después siguió una diarrea. A este cuadro se le añadió un fuerte dolor de cabeza y de nuevo las náuseas. Hice repetidas visitas al baño durante la mañana. A las 11:00 a.m. tuve mi primer examen individual de flauta frente a tres profesores, miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional. Me dieron una nota de 95 puntos, pero aún después del examen mis piernas temblaban. Nunca antes había sufrido algo similar.»

Esta experiencia sufrida por una niña de trece años ejemplifica una crisis de ansiedad. La ansiedad puede definirse como un estado desagradable de temor caracterizado por un sentimiento de alerta, de estar en guardia, vivido como anticipación de algo que se cree está por suceder pronto.

Todos los seres humanos experimentamos en algún momento de nuestra vida esa sensación con variantes de intensidad. El problema se da cuando la ansiedad se prolonga, pues no permite a la persona llevar una vida normal. Se debe diferenciar la ansiedad producto de una situación estresante de la ansiedad como trastorno. Se dice que una paciente sufre de «trastorno de ansiedad generalizada» cuando los síntomas se prolongan más tiempo de lo normal. Según la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), si los síntomas se conservan durante la mayor parte de los días, durante más de tres semanas consecutivas, es trastorno. Otros especifican que tienen que mantenerse seis de los síntomas durante no menos de seis meses para clasificarlo como tal.

Los síntomas más comunes asociados a un estado ansioso pueden ser los siguientes:

· Tensión muscular manifestada por dolor de cabeza, incapacidad de relajación, agitación y dificultades para conciliar el sueño.

· Hiperactividad del sistema nervioso manifestada por sudoración, palpitaciones, molestias estomacales, dificultad en la respiración y sequedad de boca.

· Aprensión, preocupaciones y dificultad en la atención y concentración.

¿Cuál es, entonces, la ayuda acertada para enfrentar la ansiedad? Para responder nos enfocaremos en una crisis de ansiedad intensa, pero que no es trastorno.

¿Quién no ha escuchado alguna de las siguientes frases en momentos cuando parece que todo se sale de nuestro control?: «La situación no va a cambiar, no queda más que hacerle frente...» «Tal vez deberías orar más...» «Todo va a salir bien, después de la tormenta viene la calma...» «Después de todo, es mejor sola que mal acompañada...». Si bien es cierto esas palabras pueden darnos algún alivio, también pueden hacernos sentir culpables o llevarnos a reprimir nuestros sentimientos. A veces nos preguntamos: «¿por qué si soy cristiana, y líder, me siento tan mal?, ¿está bien que me sienta así?, ¿por qué la situación no cambia? ».

Reprimir lo que sentimos no nos ayuda a vivir en la situación angustiante. Esos sentimientos forman parte de nuestra humanidad. El ejemplo insuperable es nuestro Señor Jesucristo, quien vivía en relación íntima y permanente con Dios. La experiencia de él en el Getsemaní —narrada por Mateo, Marcos y Lucas en sus evangelios (Mt 26.36–46 y 51–54; Mr 14.32–42 y Lc 22.39–46)— nos permite analizar cómo se puede enfrentar la angustia (ansiedad intensa). En el caso específico de Jesús pueden observarse cinco elementos importantes:

1. Reconoce que sufre una crisis de angustia. En las tres narraciones hay varias frases que nos orientan a conocer la clase de angustia que nuestro Señor sufrió en aquella ocasión: «comenzó a entristecerse (en Marcos: «afligirse», que en el idioma original es: «sentir pavor») y a angustiarse», «mi alma está muy afligida (en el idioma original: «tristeza profunda»), hasta el punto de la muerte». Este tipo de ansiedad se presenta en un episodio de gran intensidad. Él acepta que está en angustia. Tiene muchos sentimientos encontrados: pavor, tristeza profunda, angustia… Según como el mismo Señor la describe, es tan aguda su aflicción, que siente que va morir por ella. No se refiere a la muerte de cruz que bien sabe pronto sufrirá.

Muchos cristianos creen que el vivir en Cristo vuelve la vida color de rosa, y por tanto, el sufrimiento debe de ser ajeno a su vida. La falsa idea de que un líder no puede sufrir vulnerabilidad, llanto, desánimo ni sentirse mal, puede llevarnos a reprimir nuestros sentimientos y a utilizar caretas. Si no aceptamos que tenemos angustia no podremos enfrentarla.

2. Busca acompañamiento. Observe las frases incluidas en los textos de Mateo y Marcos: «tomando consigo a Pedro y a los hijos de Zebedeo», «quedaos aquí y velad conmigo». Las citas anteriores demuestran que Jesús no ocultó sus sentimientos a sus amigos más íntimos. Esto nos reta a nosotras, las mujeres, a aprender a tener amigas con quienes externar nuestras luchas más profundas e íntimas, pues en ellas podremos encontrar el apoyo requerido. Y aunque tal vez ellas no expresen palabra alguna, con un abrazo, una palmada o una simple lágrima que brote de sus ojos nos acompañarán en la tristeza o en el dolor y harán una diferencia en nuestra vida. No es saludable para quien está en una crisis de ansiedad o angustia permanecer sola.

3. Depende de Dios. «Adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo…». En la cita podemos notar tres acciones importantes de Jesús en esa situación de angustia: buscó estar a solas con Dios, depositó su carga sobre Su Padre y oró específicamente por su necesidad buscando la voluntad del Padre: «no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras». La lección por aprender es que Jesús, aunque buscó la compañía de sus amigos más íntimos también se acercó a su Padre en una forma más personal e íntima. Él era consciente de que necesitaba un tiempo a solas con su Padre para desahogarse y sobre todo, para depender de él, confiar en él, porque estaba seguro de que Dios tendría el control de la situación. De igual manera nosotras podemos depender de nuestro Señor, aunque en nuestra humanidad no entendamos cómo puede él llevar nuestras cargas y dolores. Depender de él es reconocer que somos débiles, es admitir que nos sentimos desprotegidas, que estamos atrapadas, sin salida.

4. Recibe fortaleza divina. «Se le apareció un ángel del cielo fortaleciéndole». Después de esa frase, Lucas afirma que el Señor estaba «en agonía, oraba con mucho fervor y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre». Con esta secuencia se nota fácilmente que hay una relación entre fortaleza y agonía. La palabra agonía significa «conflicto», «tensión», «concentración de facultades», es la lucha que se libra por alcanzar una meta. Es decir, la fortaleza en tiempo de angustia se vuelve fundamental para concentrar todas las fuerzas a fin de discernir lo que hemos de pedir y cómo hemos de actuar. La angustia puede propiciar un sinfín de tentaciones, pero si tenemos la fortaleza del Señor, podremos pelear contra ellas y mantener la lucidez para pensar y actuar correctamente. Es una lucha entre voluntades, la nuestra —impregnada de deseos engañosos— y la del Padre. Por supuesto que este esfuerzo deja un gran agotamiento mental, emocional y físico (por eso, en circunstancias de ansiedad se recomienda el uso de suplementos de vitaminas o reconstituyentes, por ejemplo un complejo de vitamina B, bajo supervisión médica).

5. Ejerce dominio propio. La dependencia de Jesús se hace evidente en su arresto. En Mateo 26.52–54, cuando Jesús confronta a Pedro por su reacción, pueden observarse tres principios esenciales para tener dominio propio, el cual es vital para enfrentar la angustia: Primero le pide que «vuelva su espada a su sitio». Las situaciones no se controlan empleando la violencia ni otros métodos que dañen la integridad física o psicológica de los demás. Muchas mujeres en ansiedad presentan serios descontroles, se vuelven agresivas de palabra y físicamente, lo cual agrava su situación y las aleja de la posibilidad de un respiro. Luego, teniendo en cuenta su condición de Hijo, le pregunta «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre … pondría a mi disposición ahora mismo…?». No debemos tomar ventaja deshonestamente de ningún privilegio que tengamos para salir libradas de una situación de angustia. Es deshonesto que no nos importen las consecuencias eternas de nuestras acciones. Esto definitivamente no es dominio propio. Pablo en Filipenses 4.6–8 anima a sustituir el afán (que no es ansiedad, sino producto de la misma) por la dependencia de Dios, y asegura que el resultado será una paz incomprensible que protegerá nuestra voluntad y nuestra mente en Cristo. Entonces tendremos pensamientos capaces de dirigir una conducta sabia en situaciones de angustia; no seremos ni agresivas ni deshonestas. Por último, lo cuestiona de tal forma que lo obliga a prestar atención al resultado eterno de sus acciones: «¿Cómo se cumplirán entonces las Escrituras?». Es menester preocuparnos porque los planes de Dios avancen y por dar testimonio de la fidelidad de Su Palabra. Solo así, podremos concentrar nuestra atención en cumplir la voluntad de Dios.

La ansiedad puede generar males de todo tipo, especialmente si somos nosotras quienes llevamos nuestras cargas y no el Señor. Gastritis, problemas cardiacos, tensión arterial elevada o peores malestares pueden llegar a maltratar nuestros cuerpos y hasta convertirse en enfermedades crónicas o en patologías difíciles de tratar. Pero las consecuencias no solo afectan nuestro ser integral, también la irritabilidad que produce la ansiedad no controlada nos hace hablar de manera precipitada y generalmente herimos o descargamos nuestra frustración en los que nos aman.

Identifiquemos las fuentes de tensión en nuestra vida. Así como pueden ser problemas agudos o extremos, pueden ser asuntos «triviales». El deseo de adquirir algo para nuestra casa que no es indispensable, sentir que no entregaremos a tiempo un trabajo, ver que nuestro ministerio no avanza como quisiéramos, etcétera, pueden ser fuente de tensión. No importa cuál sea la situación, lo substancial de todo el asunto es entender que ninguna de las aflicciones deberá controlar nuestra voluntad y mente. Se nos ha dado el Espíritu Santo que puede producir en nosotras dominio propio, si se lo permitimos (Gá 5.23, 2 Ti 1.7, 2 Pe 1.6). Sí, Dios tiene control de las circunstancias, pero nosotras debemos tener control de nuestra mente y voluntad con el dominio propio que Él produzca en nosotras. Así que, en cuanto a lo que a nosotras corresponde, organicemos el tiempo, marquemos prioridades y tracemos un plan lógico y razonable que nos permita alcanzar las metas trazadas en Cristo. Solo así, podremos controlar las ansiedades y enfrentar los problemas. Descansar en Dios implica actuar en él.

¿Cómo establecer roles en la familia sin machismo?

¿Cómo establecer roles en la familia sin machismo?
por Licda. Elsa Ramírez de Aguilar
Una de las tareas más difíciles para la mujer líder de hoy es aceptar que ella es agente de cambio no solo en su casa, sino también en la iglesia y en la comunidad. Una de las áreas más difíciles para operar cambios sustanciales es la familia, porque la misma mujer es quien debe cambiar su propio concepto tradicional (no bíblico por cierto) de funcionalidad en el hogar.

La pregunta que se plantea es «cómo establecer...» Sin embargo, la misma pregunta ya ofrece cierto conflicto entre los conceptos y la acción, en un sistema de funciones domésticas. Respondo lo anterior con otra pregunta: ¿Qué se entiende por establecer o quién debe establecer? Sugiero entonces empezar por cambiar el término «establecer» por el de «aceptar». La funcionalidad no la debe determinar alguien desde su propia perspectiva porque más bien es un asunto de compromiso. El esposo y la esposa, el papá y la mamá, el hijo y la hija deben aceptar que las labores domésticas no son obligaciones de una sola persona, sino de cada miembro de la familia, hasta del más pequeñito.

Con esto en mente, sugiero que los miembros de toda familia, de manera grupal y personal, cumplan sus funciones en el seno hogareño. En primer lugar, deben buscar el consejo divino y dejar que la Palabra de Dios renueve sus mentes (Ro 12.2) y les haga entender y aceptar las funciones auténticas que cada uno tiene, con base en los principios y valores bíblicos.

En segundo lugar, debe haber apertura al diálogo y al cambio. Aun tratándose de una familia recién establecida, el trasfondo que traigan los cónyuges influye en su actitud hacia las obligaciones que deben aceptar. Por lo tanto, despojarse del tradicionalismo y la vestidura cultural es una meta primordial para asumir cada función con responsabilidad.

Como tercer y último punto, sugiero que se liberen de ciertos hábitos —muchas veces pecaminosos— como el incumplimiento, la irresponsabilidad, la falta de cooperación, la indiferencia, el enojo ante las obligaciones, la mediocridad, la falta de iniciativa personal y otros más, a fin de funcionar a cabalidad.

No hay tarea doméstica u hogareña que esté limitada por asunto de género. Todo es un asunto de actitudes ante las obligaciones. Por ello, romper el patrón es parte de nuestra responsabilidad y debemos comenzar en nuestra propia casa. Como principios y valores sugiero estudiar los siguientes que podrán propiciar las actitudes correctas para aceptar las obligaciones propias.

  1. Aceptar el principio que cada miembro de la familia debe estar en la disposición de: “todo lo que quiero que hagan conmigo, debo estar en la determinación de hacerlo a los demás”. Para ello el Sermón del monte es bastante específico, con su resumen en Mateo 7:12. Los tres Capítulos de Mateo 5-7 presentan un planteamiento del Señor Jesús que dice “Oísteis que fue dicho...”, y pasa a establecer un contraste desde su perspectiva de cambio “Pero yo os digo...” hasta llegar a su conclusión a 7:12.

Quiero que me laven la ropa, tengo que tener toda la disposición, capacidad y determinación de hacerlo en cualquier momento a los demás. Quiero que me preparen una comida sabrosa y calientita cuando estoy cansado o cansada, debo prepararme para poder servir de la misma manera a los demás, aun en medio de las circunstancias de mayor desventaja. Quiero una casa limpia, ordenada, acogedora, debo estar dispuesto o dispuesta a limpiar, cuidar del orden, y propiciar el ambiente acogedor en todo el sentido de la palabra, no sólo cuando me queden ganas, sino en todo tiempo.

  1. Cada miembro de la familia debe tener el adecuado concepto de sí mismo. Este adecuado concepto lo describe Pablo como “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”. Nuestra cultura machista ha implantado como patrones hogareños que los superiores son los hombres, desde el papá como el “jefe”, hasta los hijos varones, como tales.

Sin embargo, a este principio bíblico se le da bastante énfasis cuando se trata de desarrollar actitudes en gente que está en liderazgo. El primero en establecer una perspectiva diferente del liderazgo es el mismo Señor Jesús. Varios son los ejemplos que podrían citarse de sus declaraciones, pero a manera de resumen podemos recordar cuando todos los discípulos se hicieron los disimulados para el lavamiento de los pies, y vino el Señor y lo hizo por él mismo (Jun. 13). Su frase conclusiva es: “Ejemplo os he dado (13:15)”.

  1. Cada miembro de la familia debe ejercitarse y si es necesario, ser enseñado, en el espíritu de servicio. Ninguna responsabilidad debe cumplirse simplemente por ser eso, una obligación. Todo lo contrario, cada miembro de la familia debe aprender a encontrar gozo y satisfacción en el servicio a los otros por amor, como dice Pablo en Gálatas 5:13 “...no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.”

No hay tarea doméstica u hogareña que esté limitada por asunto de género. Todo es un asunto de actitudes ante las obligaciones. Por ello, romper el patrón es parte de nuestra responsabilidad y debemos comenzar en nuestra propia casa.

¿Cuál es el papel de la mujer en la iglesia?

¿Cuál es el papel de la mujer en la iglesia?
por Pastor Alberto Barrientos Paninski
Un veterano del ministerio pastoral comparte su perspectiva acerca de este tema

Hace cuarenta y nueve años inicié una pequeña congregación integrada por un puñado de niños y unas pocas mujeres. Tiempo después, en zonas muy rurales, las congregaciones a mi cargo siempre tenían un porcentaje aproximado de seis o siete mujeres por cada hombre; el resto eran niños. Por lo general los pocos hombres, salvo algunas excepciones, no eran muy comprometidos en las cosas del reino de Dios. De esta manera, en la tarea evangelizadora eran las mujeres quienes daban el aporte principal, así como en la enseñanza y la administración básica de las iglesias. Aunque fueron pasando los años, no puedo olvidar que en movimientos nacionales de evangelización en diferentes países lo que siempre observé fue que las damas, así como los jóvenes, eran los más prestos para entrar en acción.

Desde luego que mi lector ya puede adivinar mi respuesta a la pregunta que encabeza este artículo. El estado de las congregaciones cristianas evangélicas ha cambiado mucho en los últimos veinticinco años. Hoy, sus poblaciones muestran más igualdad numérica entre hombres y mujeres, así como también en el grado de compromiso en la obra. Con todo, sin emabrgo, sigue siendo un tema teológico controvertido. De mi parte, creo que un acercamiento pastoral es más adecuado.

En primer lugar, en la obra de Dios hay muchos elementos que se aprenden en la práctica misma. Considero que muchos pastores, especialmente aquellos con bastantes años de servicio —a pesar del machismo que a algunos caracteriza— tenemos que reconocer con honestidad que en la viña del Señor, en cualquier parte del mundo, las mujeres han sido y siguen siendo importantes labradoras. Hay ejemplos que valen la pena considerar, como el de la Iglesia del Evangelio Cuadrangular en Panamá, la cual tiene cerca de una tercera parte de su cuerpo pastoral constituido por reconocidas, calificadas y consagradas siervas de Dios. Años atrás, vi que una de ellas supervisaba más de ochenta iglesias. A Costa Rica llegó una mujer neozelandesa que evangelizó y estableció iglesias en una extensa, dura y difícil zona, al punto que la misma gente la llegó a llamar «la apóstol del Guanacaste». Como estos, se podrían mencionar muchos casos de otros organismos eclesiásticos en los cuales las mujeres han tenido un papel muy destacado.

Hoy día, en las iglesias de América Latina, las mujeres están en todo; esto no solo por la buena voluntad que por lo general ellas poseen, sino porque Dios les ha dado capacidades naturales. También a ellas el Espíritu las ha dotado con sus dones sobrenaturales, al igual que lo hace con los varones. Esta capacitación es parte de la razón por la cual la obra avanza con fuerza y poder. El pastor que menosprecia o relega a un segundo lugar la participación femenina por lo general tiene una iglesia con muchas limitaciones, mas el que sabe canalizarla sabiamente, cuenta con grandes recursos y posibilidades.

En segundo lugar, hay algo que no podemos quitar ni impedir, y es que el Espíritu Santo es dado por igual a los varones como a las mujeres que conocen a Jesucristo como Salvador y Señor, y que en su voluntad derrama sus dones a unos y a otras, pues así dice la Palabra: «Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán.... de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas, en aquellos días derramaré de mi Espíritu.» (Hch 2.17–18) El Espíritu es Señor en la Iglesia ( 2 Co 3.17) y la función de un pastor o líder no es impedir la gracia del Espíritu, sino dejarla que fluya y emplearla bien. Así, entonces, la realidad de la iglesia es que tanto los varones como las mujeres somos vasos para ser empleados por el Señor, y si cada uno «se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra» (2 Ti 2.21). De manera que debemos dar gloria al Señor, porque Él santifica y capacita a sus hijas para que le sirvan en todas las dimensiones, operaciones y tareas requeridas por su obra.

Hemos visto además muchos casos en los cuales las esposas de algunos pastores predican, enseñan, presiden y desarrollan un tipo de liderazgo aun mejor que el de sus maridos. A la vez, cultivan una vida espiritual mucho más profunda que la de ellos mismos. Una parte de la realidad también es que la gran mayoría de las congregaciones son sostenidas en privado por las oraciones, súplicas y ayunos de mujeres que buscan estar en el «secreto de Jehová». Todo esto se da, no por ser mujeres simplemente, sino porque el Espíritu Santo las unge y necesita para el bien de la Iglesia. Por tanto, conviene reflexionar a la luz de estas realidades, no tanto en si pueden o no las mujeres tomar parte en la obra, sino cómo desarrollar mejor su vida en el Señor y cómo desplegar su potencial.

En tercer lugar, al lado de lo dicho, es necesario ver otra cara del asunto. Todos hemos visto mujeres muy conflictivas en algunas congregaciones. Pablo supo de esto con dos insignes ayudantes. (Fil 4.2–3) También vemos profetisas falsas, quienes en realidad son como adivinas y se meten en la vida ajena usando ciertas «profecías» como pretexto. Algunas, como Jezabel, han dañado y destruido vidas y congregaciones. (Ap. 2.20). Otras profetisas se dedican a tener poder y mando sobre personas e iglesias. Escuché el caso en la que una de ellas puso al pastor de «cuatro patas» y anduvo encaramada sobre él «profetizando» mientras los hermanos miraban impasibles. He visto también varios casos de hombres y mujeres que a cada rato hablan de sus visiones y han resultado con anormalidades psicológicas.

¿Qué decir de todo ello? Por un lado, que es fundamental reconocer que nada es exclusivo de las mujeres, sino que hay muchos hombres que también hacen y dicen cosas semejantes; por ende, no se les puede acusar solo a ellas. Por otro lado, es necesario seguir las recomendaciones apostólicas para quienes ejercen dones y funciones en la iglesia, porque así como fluye la gracia del Espíritu, también obra la carne, la mente mundana y el mismo Satanás. Pablo lo resume así: «Seguid el amor... y procurad los dones espirituales ... hágase todo para edificación.... los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen ... los espíritus de los profetas estén sujetos a los profetas ... procurad profetizar y no impidáis el hablar en lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden.» (1 Co 14.1, 26, 29, 32, 39–40) Y que cada cual se dedique a hacer lo que le es dado: «el de servicio, en servir; el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con generosidad; el que preside con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.» (Ro 12.7–8) Estas reglas son iguales para mujeres y para hombres.

Así que, a toda mujer que profetice, predique, cuente una revelación, enseñe, administre bienes o ministre necesidades espirituales, físicas o emocionales, al igual que con los hombres, requiere capacitación, supervisión, discernimiento de su actitud, llamarla a cuentas y señalarle lo que procede o no del Señor, a fin de no pasar las fronteras entre la fe y la superstición, entre la doctrina sana y el engaño, entre lo ético y lo inaceptable. Puesto en lenguaje popular, la «salsa que es buena para el ganso es buena para la gansa». De manera que en la Iglesia se debe dar libertad y oportunidad a la mujer como igual en Cristo con el varón, pero a la vez deben existir las mismas reglas y fronteras para ellas y para ellos (Gá 3.28).

Cada vez que leo el capítulo 16 de Romanos y me encuentro con los nombres de mujeres a quienes Pablo honró, dejándolas presentes para la memoria histórica de la Iglesia, como Febe, Priscila, María, Trifena, Trifosa, Pérsida, la madre de Rufo, Julia, la hermana de Nereo, y otras también mencionadas en el Nuevo Testamento, mi teología sistemática y mi teología pastoral son impactadas frontalmente. Si en aquel primer soplo glorioso del Espíritu Santo en el primer siglo d.C. la gracia divina cayó por igual sobre hombres y mujeres, a pesar de las culturas dominantes, y ellas fueron también instrumentos valiosos para el avance del reino de Dios, considero que Dios, siendo hoy el mismo de ayer, tiene lugar en su obra para que lo ocupen por igual, sus siervos y sus siervas.

¿Debe la esposa del pastor tener llamado al ministerio?

¿Debe la esposa del pastor tener llamado al ministerio?
por Naíme Villa
Son varias las maneras en que una mujer llega a convertirse en la esposa de un pastor


Una de las maneras es cuando la pareja se conoce y entabla una relación en el seno de la iglesia local y ambos reciben el llamado del Señor a dedicar sus vidas al ministerio pastoral. De este modo se preparan como pareja para enfrentar esta misión, que no deja de ser un reto.

Otra forma consiste en que un pastor soltero se fije en una señorita y desee compartir con ella su vida y ministerio. En este caso, es probable que la joven esté muy emocionada sabiendo que será la esposa de un líder querido y respetado por su congregación, sin pensar tal vez en las implicaciones de su nueva posición frente a la iglesia.

Finalmente existe un tercer modo, y es cuando un buen día, mientras la esposa está terminando de hacer la comida, llega el esposo emocionado y le dice: «mira, mi amor, ya tengo las credenciales de pastor y a partir del mes próximo voy a pastorear la iglesia tal».

Quizás esto último suena un poco exagerado, pero no está muy lejos de la realidad que enfrentan muchas esposas de pastores en nuestro contexto latinoamericano. Es una lástima que se tome tan a la ligera el compromiso que cada mujer adquiere en el ministerio de su esposo. Todos sabemos que por el sólo hecho de ser quien es en la iglesia existen ciertas exigencias que con razón o sin ella cada esposa de pastor debe enfrentar. Esto sin contar la responsabilidad y el compromiso personal que una debe asumir si desea que el ministerio de su esposo sea respetado y apreciado.

En contraste, se puede observar que en las denominaciones en las que se ha generalizado el nombramiento de mujeres en el ministerio pastoral no se le hace ningún tipo de requerimiento a sus esposos . Las iglesias no son exigentes en cuanto a cómo deben ser y/o qué deben hacer, no son sometidos a las mismas presiones, e incluso en algunos casos son inconversos, sin que sea un obstáculo para que la esposa sea aceptada en el ministerio. sucedería muy difícilmente a la inversa.

Por eso, la muy citada frase «detrás de un gran hombre hay gran mujer» se hace realidad en el ministerio pastoral. Independientemente de que un pastor llegue a ser «una figura prominente» entre sus compañeros, su servicio es grande para Dios, y la sabiduría, la consideración, la comprensión, el amor y el respaldo en oración de su esposa son muy importantes.

Cuando tristemente una familia pastoral se desintegra (lo que sucede con mucha frecuencia hoy en día) o debe abandonar la congregación por los conflictos existentes, es muy común escuchar la frase: «pobre pastor, él es muy bueno, pero la esposa no lo ayuda». Es posible que esto no sea cierto; sin embargo, si así lo fuese, cabe preguntarse: ¿hasta qué punto sabía esta mujer lo que la iglesia esperaba de ella? ¿estaba preparada para cumplir esas demandas? ¿entendía que la esposa del pastor no tiene que hacer necesariamente todo lo que la iglesia desea? ¿el pastor la veía sólo como a su esposa o también como a una ovejita de su rebaño, a quien debía cuidar espiritualmente como a las demás? Por otro lado, ¿tuvo en cuenta la iglesia que probablemente la esposa del pastor fuera a la vez madre, ama de casa, y tuviera un empleo secular?

Se habla a menudo de cuán importante es que la esposa sea la ayuda idónea para el pastor, pero la mayoría de las veces no se le provee de las herramientas necesarias, ni se considera si, al igual que su esposo, tiene el llamado al ministerio. Creo firmemente que esto es un punto clave que debe ser considerado por las autoridades encargadas del reclutamiento y nombramiento de ministros. Para la mayoría de las organizaciones misioneras, uno de los requisitos al enviar a una pareja al campo de labor es que tanto él como ella tengan un llamado claro a las misiones.

Ambos son entrevistados por las autoridades pertinentes, porque quieren estar seguros de que los dos forman un equipo, cada uno desde su rol. Me parece que no hay razón para que en el ministerio pastoral sea diferente, pues se trabaja para el Reino de Dios y las exigencias como pareja son similares.

Si la mujer comparte el llamado de su cónyuge, apoyará plenamente su ministerio, amará ese trabajo, comprenderá mejor sus dificultades y sus bendiciones, y estará dispuesta a dar la milla extra junto a su esposo y pastor. los resultados serán: un ministerio fructífero, y mayores posibilidades de tener una familia saludable.

¿Qué hago con esa soltera?

¿Qué hago con esa soltera?
por Ana R. Somoza
¿Por qué será que puede haber dos mujeres con la misma edad, ambas son solteras, una parece muy satisfecha y la otra no…? La autora ofrece algunas pautas que pueden ayudar a las líderes a relacionarse positivamente con las mujeres solteras.

¡Huy! ¡No sé cómo tratar a esa soltera! El otro día le dije: ‘A ver si aprovechás el próximo campamento y te enganchás con algún muchacho’ y se enojó. Un día encontré un buen candidato para ella, los presenté… pero ¡no pasó nada! ¿No sé que hacer! Me gustaría presentarle algún otro candidato, pero… no encuentro ninguno. Es una lástima, una buena chica, pero parece muy triste. Sin embargo su amiga es distinta: tienen la misma edad, son solteras las dos, una parece muy satisfecha y la otra no… ¿Por qué será?"

Seguramente, si usted es un poco observadora, habrá notado la gran cantidad de mujeres solteras que hay en las iglesias y aun en toda la comunidad. Es posible que le resulte difícil relacionarse con algunas de ellas. Tal vez en alguna ocasión las ha lastimado sin quererlo. No se sienta mal si le sucedió esto, a todos nos resulta difícil comprender a las personas cuando están en situaciones diferentes de las nuestras. Además, cada persona reacciona de distinto modo frente a situaciones similares y puede ser que usted no comprenda por qué no tiene dificultades para relacionarse con una mujer soltera y sí las tiene en su trato con otra. A veces esto se debe a que una se siente feliz y satisfecha como soltera y la otra no. Otras veces el problema se encuentra en la persona casada, la que sin darse cuenta proyecta sus propias frustraciones o su miedo a la soledad. Es por eso que trataré de darle algunas pautas que la pueden ayudar a relacionarse positivamente con las mujeres solteras.

Hagamos un poco de historia

¡Nació una nena! ¡Qué alegría en el hogar! Es hermosa, tierna, suave. Todos la cuidan y la llenan de cariño. Y la nena empieza a crecer. Juega con las muñecas, se disfraza con la ropa de mamá y juega "a la mamá". Sigue creciendo. Ayuda a la mamá a poner los cubiertos y platos en la mesa, a cocinar, a cuidar a su hermanito. A medida que continúa creciendo aprende muchas otras cosas que tienen que ver con su rol de mujer, de esta forma va internalizando actitudes, habilidades, conductas que hacen a su femineidad. Y la nena sigue creciendo… Ya tiene 20 años, 21, 22,… ¡Y todavía no tiene novio! Todos empiezan a preocuparse: los padres, los tíos, los hermanos mayores, el pastor, la esposa del pastor y, por supuesto, ¡la nena!

Es fácil de comprender esta preocupación. No es bueno que el hombre (o la mujer) estén solos. El matrimonio es el estado natural que Dios mismo instituyó para el hombre y la mujer, es el plan general de Dios para la mayoría de las personas. Pero… ¿qué pasa cuando esto no se realiza en la vida de una persona? ¿Es el único propósito y fin para la vida de una mujer? Es aquí donde surgen los grandes problemas, tensiones y frustraciones para una mujer soltera. Si el matrimonio es la única opción válida para su vida y no se casa, entonces ha fracasado como mujer. Entonces empieza a sentirse culpable, amargada, resentida contra Dios y contra todos los hombres que pasaron al lado suyo y no la eligieron. Tal vez envidia a las mujeres que sí se casaron y no soporta escucharlas hablar de sus hijos. Cae en la autocompasión, en la depresión e interiormente se propone casarse, cueste lo que cueste, lo que muchas veces significa traicionar sus propios valores o principios. ¿Por qué? Porque ha idealizado el matrimonio y cree que en él encontrará la solución mágica a todos sus problemas personales. Supongo que ustedes, como mujeres casadas, sabrán que esto no es así, y que si una mujer no es capaz de sentirse realizada, feliz y satisfecha en Dios como soltera, tampoco sabrá ser feliz como casada, pues estará exigiendo de su esposo cosas que ningún ser humano puede brindar. Pero a ella le resulta muy difícil comprenderlo pues nunca se ha casado.

Ella no es la única responsable de lo que siente o piensa. Ella ha aceptado los valores de la sociedad y sufre por las presiones que esa sociedad le impone. Tanto ésta como la iglesia están formadas por familias, mal o bien constituidas, pero familias al fin. A una persona soltera, muchas veces le resulta difícil hallar un lugar aceptable y digno.

Hablemos de la iglesia. ¿Qué pasa cuando una mujer soltera tiene 30 ó 40 años? ¿Dónde la ubicamos? Con los jóvenes no va, pues son muy chicos para su edad; con las mujeres casadas de su edad tiene muy pocas cosas en común, generalmente sólo hablan de sus niños. ¿Qué opción le queda? ¡Ser maestra de escuela dominical! No es que estoy en contra de esto, pero: ¿Qué pasa si no tiene el don de enseñar? ¿O si le gustan los niños o le resulta difícil tratar con los adolescentes? A algunas mujeres esto les causa bastantes problemas, problemas que seguramente podrían evitarse: la iglesia debe ser una comunidad en la que todos los miembros, solteros o casados, grandes o jóvenes, hombres o mujeres, se sientan aceptados y puedan encontrar su lugar. Debe ser una comunidad en la que cada miembro pueda dar y recibir amor, ejercer sus dones, crecer y ayudar a crecer espiritualmente por la interacción mutua (Ef. 4.11-16).

Otra cosa que también afecta a muchas mujeres solteras son las bromas y comentarios que muchas veces tienen que escuchar: "Pobrecita, ¿no tenés novio?"; "Vos no te casaste porque sos muy pretensiosa"; "Yo no sé que miran los muchachos": "Estoy esperando a quedarme viudo para casarme con vos"; "¿Tenés 25 años y no te casaste? No, vos ya no…" La mayoría de las personas que hacen estas bromas no las hacen con la intención de herir, pero el hecho es que muchas veces hieren. Muchas mujeres solteras al escucharlas se sienten presionadas, autocompadecidas o no aceptadas como personas realizadas.

Esa no es la única historia posible

La historia que acaba de leer no es la única posible: una mujer soltera no tiene por qué ser una persona frustrada, amargada o deprimida. Una mujer soltera puede sentirse totalmente satisfecha y feliz. Si usted conoce a una mujer soltera que no esté experimentando esto, puede ayudarla a comprenderlo y vivirlo. ¿Cómo?

1) Ayúdela a comprender y aceptar que puede realizarse plenamente aunque nunca se case:

Si bien el matrimonio es el plan general de Dios para la mayoría de las personas, el plan especial para algunas puede no serlo. Toda mujer soltera, para ser feliz, debe poder aceptar que el propósito del Señor para ella puede ser que no se case, ya sea por un tiempo determinado o por toda la vida. Su felicidad no puede depender de su estado civil sino de aceptar y disfrutar del plan de Dios para su vida. Para ello es importante que crea sinceramente que Dios la ama y que El está deseando lo mejor para ella, que puede suplir todas sus necesidades y ayudarla a vivir una vida plena (Ro. 8.28-29). La mujer soltera se realiza plenamente cuando cumple su vocación en el mundo como ser humano. Para algunas esto se da dentro del matrimonio. Para otras no, ya sea por decisión propia o por diferentes circunstancias. Pero, sea casada o soltera, cualquier mujer puede llegar a ser una persona completamente realizada y satisfecha si acepta el propósito de Dios para su vida.

2) Ayúdela a encontrar su seguridad y fortaleza en el Señor:

Anímela a desarrollar una relación profunda con el Señor, a estudiar su Palabra, a disfrutar de su presencia en oración, a servirle con integridad, a confiar su vida plenamente a El, desechando cualquier temor por el futuro. Una de las cosas que más preocupa a muchas mujeres solteras es el futuro. ¿Qué será de ellas en el futuro? Ayúdelas a comprender que el Señor nos da gracia para vivir el presente, el futuro está en sus manos. Así como El es suficiente en el presente, lo será en el futuro, es por eso que se puede confiar en El sin titubear, y aun para muchas el futuro puede incluir el matrimonio. Ayúdela a ver que ¡vale la pena confiar en un Dios que es inmutable, amoroso, todopoderoso, eterno! (Sal. 34; 37.3-5; Lmt. 3.22-26; Ha. 3.17-19).

La mujer soltera es una persona como todas. Si bien vive una circunstancia distinta de la suya, pues usted se ha casado y ella no, es una persona que tiene básicamente las mismas necesidades que cualquier mujer. Trátela en forma espontánea y natural, aceptando el hecho de que es soltera como algo bastante normal, si se tiene en cuenta que hay más mujeres que hombres en el mundo y que esto se da en una proporción muy grande en la iglesia evangélica latinoamericana.

Si usted le tiene lástima, está evidenciando que no comprende que se puede ser feliz sin estar casada, y por lo tanto no la va a ayudar, sino que la va a empujar a que ella se autocompadezca, angustie, rebele o frustre por ser soltera.

Anímela y acéptela como es, con sus defectos y virtudes, con sus temores y ansiedades, con sus proyectos y aspiraciones. Comprenda que hay momentos en los que puede sentirse sola y ansía un compañero. Ayúdela a ver que es natural que esto suceda, que este deseo es una evidencia de que es una mujer normal y que le dé gracias a Dios por eso. Pero es importante que este deseo no se convierta en una obsesión alrededor de la cual gire toda su vida. Ayúdela a llevar este deseo al Señor en oración y encontrar en El la paz y satisfacción que necesita (Fil 4.4-8).

Comparta con ella algunos de los problemas o frustraciones que tiene como mujer casada, de este modo la ayudará a no idealizar el matrimonio y creer que éste es el remedio universal para todos los males.

Es muy importante para una mujer soltera ser amiga de distintos tipos de personas: hombres y mujeres, solteros, casados, jóvenes, adultos. Esto enriquecerá su vida al tiempo que brinda y recibe amor, y que escucha opiniones y puntos de vista variados.

Algunas mujeres están tan adentradas en las desventajas o problemas que tienen que resolver por ser solteras, como la soledad, tener que enfrentar solas la vida, no poder tener hijos, etc., que no son capaces de disfrutar de las ventajas que esta situación tiene. Por este motivo aumentan más sus problemas y no son capaces de aceptar y gozar la vida. Por eso es fundamental que la ayude a comprender y sacar el mejor partido de su situación, por ejemplo:

  • Puede servir al Señor con mucha libertad al no tener la preocupación de atender a su esposo o hijos (1 Co. 7).
  • Puede desarrollar sus dones y talentos con mayor facilidad que si está casada.
  • Tiene mayor libertad para disponer de su tiempo, su vida, sus amistades, su dinero, etc.

Y ahora un poco de humor, para que vea que las solteras también lo tenemos: espero que después de leer este artículo no lamente haberse casado, sino disfrute de las ventajas de ser casada. Lo importante para toda persona, hombre o mujer, soltera o casada, es aceptar y disfrutar del plan del Señor para su vida. Sentirse realizada a pesar de los muchos deseos no realizados.